Todo lo desvanecido ha sedimentado en las superficies

Juan Gugger, Argentina.

 

NN Galería, La Plata, Argentina – 2018
Curaduría:  Clarisa Appendino.
Fotos cortesía de la galería.

 

El artista argentino Juan Gugger, presenta en NN Galería una exposición compuesta por esculturas de concreto, que representan formalmente a las utilizadas cajas de cartón que circulan en la escena comercial donde se pueden identificar grandes marcas de productos. El artista diseñó un procedimiento que le permite registrar los diseños, patrones y texturas de las cajas sobre una delgada superficie de concreto.

“(..) El concreto establece referencias a un destino de permanencia estable. La articulación de materiales de construcción y detritos pone las piezas en sintonía con la gramática de la ubranización. (..) Me interesa relacionar formas de sistematización del espacio que coexisten con la ciudad.”

 

Texto curatorial:

 

CUATRO EVIDENCIAS EN LA SUPERFICIE

─ La sala comienza a tener un aspecto utilitario más que exhibitivo, a ser un depósito más que una galería.

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Hay un laberinto que nunca pudo sortearse en el ámbito de la imagen. Ni con el hilo de Ariadna, ni con las habilidades de Teseo pudimos salir del desconcierto al que fuimos arrojados. Porque justamente entramos en una situación entre cotidiana y excéntrica en la que la imagen (esas cajas que están ahí) se nos presenta como evidencia. (Evidencia proviene del latín e implica que lo que está delante de nuestros ojos no puede y no tiene por qué ser cuestionado, existe entonces una certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar y, sobre todo, expresa la cualidad o la situación de lo que se hace visible y manifiesto desde su interior hacia afuera). Ninguno de los cuerpos y pliegues representados en pinturas y esculturas en toda la historia occidental clasicista del arte nos hicieron dudar de que aquello fuera carne o tela. Ni la dureza del mármol, ni lo blanquecino y frío de la piedra, ni lo pegajoso del óleo hizo que vacilemos al nombrar aquellas formas como cuerpo y ropaje.

 

La copia es uno de los síntomas de occidente que no hizo otra cosa que disfrazarse siempre de original, al mismo tiempo que nos regaló las historias más hermosas de amor y admiración. Las esculturas de la Antigua Grecia son conocidas, en su mayoría, a través de copias romanas. En esas copias hay, desde un comienzo, una selección de lo que se copia y una situación de pasaje: de metal a mármol, de cartón a concreto, de deidad a canon, de caja a objeto. Además hay pérdidas y ganancias: se abandonó (o se perdió) el color junto a las aplicaciones de piedras preciosas y se alejó de su contexto simbólico; pero se ganó en ¿difusión, permanencia, tradición? ¿Se ganó en Arte? Aún no sé cuál es la ganancia de la copia, porque esas evidencias siempre quedan en la superficie. Hay algo que pasa en el contacto del cartón con el cemento: los materiales, aunque opuestos, son solidarios. Esto es lo que estamos indagando. Entonces se abandona el color pardo y cálido y se degradan las tintas gráficas, se reestructuran los detalles y se solidifica una imagen corrugada en la superficie del concreto. Hay algo leve, frágil y minúsculo (que son los detalles en la superficie) que nos enseñó todo acerca de la mímesis y la indistinción visual.

 

Esto nos demuestra que la mímesis es anterior al arte y que la copia, el calco, la reproducción, incluso el molde, establecen siempre una relación con el pasado, una correspondencia con lo ya desaparecido, una intimidad con lo frágil y lo deshecho. Lo que produjo el calco ya está muerto, como un fósil, un sudario, el manto de verónica, una momificación, e incluso, como el cartón después de humedecerse.

 

El procedimiento se vuelve absurdo al construir un molde, es decir, un negativo (aunque sólo las palabras lo adviertan), que se proyecta al futuro, pero la posibilidad de uso es casi nula. Hay un nudo de tiempo. Otra vez nos vemos generando archivos obsoletos para un futuro incierto, como si quisiéramos dejar los fósiles del consumo guardados, para controlar los desechos que viajarán a la historia, a la posthistoria, a la suprahistoria. Son los modelos de marcas que preferimos o usamos o dominan o encontramos en las calles de la ciudad. Entonces la recolección es el sentido primario de este objeto frío y gris porque el contexto determina las marcas.

 

El espigar tiene algo del azar al mirar una esquina, en el residuo o ir a la zona de descarga de los supermercados. Leemos marcas, palabras conocidas, cercanas, pero en la distribución de esos productos nos es oculta, entonces todo es, al mismo tiempo, un poco distante. Para su distinción los objetos tienen borrado el rastro de producción y deben ser aislados entre sí, como si las góndolas fueran en realidad una sucesión de pedestales. ¿Qué diferencia existe entre el modo de exhibir las latas de tomates en los supermercados y la manera de mostrar las vasijas griegas en el museo?

 

Si pensamos en los contextos y la circulación, o en las valoraciones que esto genera, para los romanos el mármol no significaba una estimación de superioridad estética, sino un material que estaba al alcance, cercano. El sentido elevado vino después. Pero en este caso, el que estamos observando, pasa algo distinto: no es lo mismo la arena de las Islas Caimán que la del río Paraná. No porque hablemos de un territorio británico concebido como paraíso fiscal en un caso o se trate de un corredor comercial de exportación, importación y contrabando de mercancías en otro; sino porque una contiene arena blanca y fina del Caribe compuesta de restos marinos y la otra es más parda y dorada con restos de vegetales y rocas del litoral argentino. Esta caracterización no afecta a las marcas sólo en la cuestión conceptual, sino fundamentalmente en la composición material: porque el concreto es cemento y arena. El primero calca la textura y organiza la forma, la otra constituye estructura y espesor. Pasamos del plano al objeto, de la calidez del cartón a la dureza del cemento para seguir confiando, ciegamente, en lo que vemos.

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─ Estas “cajas” están abiertas, por eso no pueden apilarse.

─ Pero sí arrimarse o agruparse. La evidencia está en el conjunto, en la identificación, no en la unicidad como un retrato solemne.