Teníamos que hablar

Iván Krassoievitch, México.

 

Museo Experimental El Eco, Ciudad de México, México – 2018.
Curaduría : Paola Santoscoy
Fotos: Rodrigo Valero Puertas, cortesía del Museo Experimental El Eco.

 

Texto curatorial de Paola Santoscoy:

 

A este conjunto de obras, en el que es casi imposible detectar dónde termina una y comienza la otra, Iván Krassoievitch ha querido llamarle poemas sintéticos. En referencia directa a un libro del autor mexicano José Juan Tablada, Un día… (Poemas sintéticos), publicado en 1919 en Caracas y conocido como uno de los primeros ejemplos de poesía de vanguardia en Hispanoamérica, el artista se apropia del subtítulo con un impulso de genuina fascinación por la relación entre abstracción, visualidad y lenguaje. El libro de Tablada es un libro de haikús —el primero de este tipo en lengua española, que data de 1919—, y en sus páginas puede leerse la influencia del clima japonés “sintético” que resulta de la contemplación de detalles mínimos de la naturaleza. Fast forward un siglo después. La Ciudad de México como el paisaje que Iván recorre cotidianamente y donde se encuentra, paso a paso, con cosas y situaciones que detonan ideas y ejercicios formales en el estudio.

 

En el caso de los poemas sintéticos, el doble juego de lo sintético, como aquello relativo a la síntesis y como lo que es artificial, da pie para elegir una serie de materiales como alfombras sintéticas, pelo sintético, pestañas artificiales, flores y plantas artificiales, fieltro, tramos de tubería de cpvc, pelotas de esponja y una serie de pedacería y sobrantes de acabados de lujo para construcción. ¿Una provocación para tomar seriamente lo superficial? Una vez elegidos estos elementos, el artista compone “poemas sin palabras” en respuesta a las características arquitectónicas del lugar: los objetos ocupan el espacio como si se tratara de una página y, mediante esa simple ecuación, son capaces de poner de manifiesto la inestabilidad del espacio de exhibición. El azar desempeña un papel importante de principio a fin, construyendo una gramática propia en cada iteración de las obras.

 

El lenguaje ha sido un interés —incluso me atrevería a decir que una obsesión—  presente en la obra de Iván desde hace más de una década. Estamos frente a un artista para quien la escritura enfocada en la fugacidad del momento poético es un ejercicio cotidiano que lo ayuda a trazar estados de ánimo y a ir elaborando una reflexión alrededor del lenguaje como acontecimiento.
La particularidad de sus trabajos recientes reside en que se desprenden de lo bidimensional para convertirse en una suerte de esculturas performáticas. Y así, el lector se vuelve escritor. No hay una traducción literal de estos poemas sintéticos, no podría haberla, pues se trata de acontecimientos lingüístico- espaciales de los cuales somos parte.

 

Por otro lado, al situarse específicamente en el espacio del Museo Experimental el Eco, las obras entran en conversación con el Poema plástico de Mathias Goeritz situado en la torre amarilla del patio, en este sentido se insertan también en una genealogía de la poesía visual. Una intención clara en el caso de Iván Krassoievitch es romper con las normas preestablecidas de lectura: de izquierda a derecha, de arriba abajo y, en cambio, apostar por inaugurar procesos de lectura y de construcción de significado a partir de múltiples recorridos posibles. Mechones de pelo colorido sin cabeza, pestañas largas sin ojos, nariz de payaso sin cara. Podría decirse que éstas son también esculturas sexuadas desde lo no binario, desplegando una noción de lo queer asociada al cuerpo.

 

En Poesía y pensamiento abstracto, el poeta francés Paul Valéry afirma que el poeta tiene su pensamiento abstracto, o su filosofía si se quiere, la cual se manifiesta en “su acto mismo de poeta ”. Describe el proceso de escritura como algo que exige no sólo “la presencia del universo poético… sino cantidad de reflexiones, de decisiones, de elecciones y de combinaciones, sin las cuales todos los dones posibles de la Musa o del Azar se mantenían como materiales preciosos en una cantera sin arquitecto”. Aún cuando el de Iván es un intento por escribir sin usar palabras, de igual forma su práctica opera a partir de ese “acto de poeta” o acción que Valéry describe. La ciudad con sus puestos de tianguis, aparadores y acomodos de los puestos de la calle son el universo visual del que parte para, en sus palabras, “construir una serie de afirmaciones abstractas que formulan preguntas”.

Asistimos a una suerte de publicación espacial que, a juzgar por el título Teníamos que hablar, pareciera que anuncia que ya es demasiado tarde… Sin embargo, yo diría que hay suficiente potencia poética aquí como para trastocar pasado, presente y futuro.