Protocolo de intervención

Henry Salazar, Colombia.

(bis) oficina de proyectos, Santiago de Cali, Colombia – 2019.
Fotos cortesía de (bis) oficina de proyectos


Texto de Raimond Chaves:

Pánico en Tumaco

Este texto es un rompecabezas de
piezas aparentemente inconexas
y que además va y viene en el
espacio y en el tiempo. Al leerlo,
todo debería ir encajando más o
menos arbitrariamente.

Oficial – Circular – Urgente. Bogotá, 6 de febrero de 1906.
Gobernadores, por orden del Excelentísimo Señor Presidente transcribo siguientes noticias:
Tumaco, 31 de enero.
Hoy a las 10am terrible terremoto. Algunas casas desmanteladas; barracas hundidas; varias bodegas destruidas en
donde estaban depositadas mercancías importadas por comerciantes de Pasto, de Túquerres e Ipiales; muchas se han perdido
arrebatadas por el mar, y otras se han recogido completamente averiadas. Pánico en general, pues mar amenaza terriblemente.

Un viaje

Una fría noche de enero de 1990 subí a una flota que me llevó de Pasto a Tumaco. Por aquel entonces buena parte de la vía estaba destapada y los trabajos para afirmarla empezaban tras pasar la Nariz del Diablo en el filo de la cordillera. La lluvia y los derrumbes en el tramo en el que la vía descendía de manera más pronunciada demoraban el trabajo de las máquinas. Nadie tenía una idea clara del fin de unas obras cuyos avances, hoy aquí, mañana allí, desaparecían cada tanto bajo el lodo.

Es extraño, casi treinta años después, rememorar hoy ese itinerario de la mano del mapa y las vistas en Internet. Recorrer ahora, mediante el ratón y a pantallazos, un trayecto en penumbra atisbado entonces entre los asientos y las cortinas del bus. Recitar los nombres de los lugares que recordaba, y otros que ya había olvidado, al hilo de las imágenes del viaje que todavía conservo. Catambuco, Yacuanquer, Túquerres, Carcuel, Ricaurte, Altaquer, El Diviso, La Guayacana, Llorente, Espriella, Cajapi, Chilvi, Tumaco.

En un punto indeterminado del viaje nos detuvimos por un problema mecánico. Abandoné mi asiento y caminé carretera abajo acompañado del sonido del agua en la oscuridad. Ya no llovía, pero millones de gotas se escurrían por la vegetación, formaban regueros, colmaban regatos y canales, confluían en arroyos y torrentes deslizándose por todo lo que hiciera pendiente camino del océano. En ese momento no caí en cuenta, pero ahora veo que ese fue el preciso instante, a mitad de camino entre el páramo y el Pacífico, con el calor, el ruido del monte y toda la humedad del universo, en el que la existencia se diluyó en toda esa corriente y nada volvió a ser lo mismo.

Pánico en Tumaco

En 1990 todavía estaba presente el terremoto y el posterior tsunami que arrasó Tumaco en 1979. Ese era un tema recurrente en las conversaciones con los recién llegados. Cómo había cambiado el perfil costero. Cómo habían desaparecido hogares, familias, animales y botes. Cómo había arrasado con todo. Cómo a pesar del lapso transcurrido el recuerdo afloraba en cualquier esquina. Cómo había cambiado la vida de todos y cómo, a la vez, todo seguía igual que antes.

Probablemente el tiempo pasado y la relativa juventud de nuestros anfitriones hicieron que nadie mencionara el incendio que en 1947 también había devastado Tumaco. En ese sentido es probable que la dupla de sismo y maremoto, lo imposible de su prevención y su magnitud, hubieran dejado una huella más que profunda en sus habitantes. O el hecho de que gran incendio sólo haya habido uno y terremotos y algunos tsunamis se hayan venido dando en 1738, 1868, 1906, 1942 y 1958, según unas fuentes, y también en 1567, 1778, 1855 y 1928, según otras; explique esta fijación.

Candelo y Eligio

Candelo nos acogió en Bocagrande. Llegamos tras navegar hacia el sur en una lancha y desembarcar en un punto de la costa, para atravesar luego en canoa uno de los brazos de la desembocadura del río Mira y caminar un buen trecho de playa. Ahí nos quedamos en unas cabañas de madera montadas sobre unos palafitos no muy altos y lo suficientemente lejos del mar como para no preocuparse por la marea. Cada uno de nosotros dispuso de su propio alojamiento y la vida en común se hacía en uno que era cocina y comedor al tiempo.

Candelo, del que se decía era un desertor de la guerrilla, nunca contó qué cosa lo había llevado a Tumaco a cuidar aquella finca al lado del mar a lo que nos invitaba sin permiso de los dueños. Eligio por su parte iba y caminaba cada día la media hora que nos separaba de Vaquería donde vivía con su familia. Candelo murió a machetazos dos años más tarde en un confuso episodio que cual teléfono malogrado fue embarullándose a medida que unos se lo contaban a otros y de a puchos la noticia viajaba de Tumaco a Pasto y de ahí al resto del mundo. Eligio que caminaba descalzo y lucía una eterna y limpia sonrisa no deseaba otra cosa que ser boxeador.


A las ocho de la noche…

…cuando me encontraba descansando en una habitación de un hotel del sector comercial de Tumaco, sentí una fuerte detonación, seguida de gritos angustiosos de las gentes. Salí a la calle y vi que el cielo estaba completamente iluminado y que enormes llamas abrazaban todo el sector portuario y comercial de la ciudad.

Supe que el fuego se había iniciado en el Teatro Lux, por la inflamación de la cinta cinematográfica que se proyectaba. Partes de celuloide saltaron a considerable distancia, transmitiendo el fuego, que creció asombrosamente, posiblemente por los efectos del fuerte viento que soplaba del mar hacia el interior de la ciudad.

Toda la gente corrió hacia el muelle, pero allí aumentó el pánico cuando se supo que las bodegas en las que se guardaban los explosivos iban a ser alcanzadas por las llamas. Entonces todo el mundo se lanzó al agua, mientras que el fuego alcanzaba los tambores de petróleo y sin que nadie pudiera impedirlo ni preocuparse por ello.



Así lo contaba en El Tiempo uno de los testigos presenciales del incendio del 10 de octubre de 1947 al día siguiente del suceso. Tras la zozobra y el volver a levantarse, lo que luego siguió más allá de la ciudad, fue la rutina habitual a este tipo de desastres: envío de ayuda humanitaria, suscripciones, colectas y recolectas, donaciones, juntas a favor de los damnificados, planes a futuro, la aprobación de la Ley 48 de 1947 “por la cual se provee a la reconstrucción de la ciudad”, y los demás eslabones de una cadena así. Pero a medida que el eco en los medios se fue diluyendo, la geopolítica de las oportunidades empezó a trenzar su malla de azares.

Encuentro en el aeropuerto

En un momento indeterminado de finales de ese mismo año 1947 y aparentemente por casualidad, coinciden en el aeropuerto de Cali el arquitecto colombiano y alto cargo del Ministerio de Obras Públicas: Jorge Gaitán Cortés con el exiliado arquitecto catalán Josep Lluis Sert y su socio en la firma Town Planning Association (TPA) el germano-estadounidense Paul Wiener.

Sert y Wiener eran contratistas del Departamento de Estado del Gobierno estadounidense y estaban llevando a cabo planes de regulación urbanística en diversas ciudades latinoamericanas. Ello en merced al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que fue creado en correspondencia al apoyo de varios países latinoamericanos a los EE.UU durante la segunda guerra mundial. El acuerdo establecía programas de asistencia técnica y financiera en las zonas de interés para la producción de materias primas de carácter estratégico o de posibles bases militares.

Este encuentro en el aeropuerto debido a sendas escalas entre vuelo y vuelo propició que Gaitán, que estaba a cargo de la reconstrucción de Tumaco, le ofreciera la responsabilidad de ese trabajo a TPA. Sert y Wiener por su parte iban de camino a la ciudad peruana de Chimbote, 1200 km hacia el sur sobre la misma línea de la costa Pacífica, donde elaboraban el correspondiente plan de regulación urbanística. TPA estuvo involucrada, además de en estas dos ciudades, en desarrollos similares en Cali, Medellín, Bogotá —con la participación de Le Courbusier—, Lima y Rio de Janeiro.

Chimbote

La «mafia» antigua hizo correr la voz, como pólvora, de que en Chimbote se encontraban tierras buenas para hacer casas propias, gratis; que había trabajo en fábricas y en lanchas bolicheras, mercados, ladrilleras, tiendas, bares, restaurantes. Y así fue. La gente «homilde», como se llaman a sí mismos, bajó de la sierra a cascadas […] A los pobrecitos serranos les haremos enseñar a nadar, a pescar. Les pagaremos unos cientos y hasta miles de soles y ¡cajarete! como no saben tener tanta plata, también les haremos gastar en borracheras y después en putas y también en hacer sus casitas propias que tanto adoran estos pobrecitos (pp. 108-109).

Ya sabe; así es la cosa: Buenos Aires, después viene la oscuridad, varios kilómetros. En esa oscuridad están cinco barriadas, entre totorales, agua salada y viento; luego, nuevamente la oscuridad; después El Trapecio, el Casco Urbano, la Fundición y su barrio, los muelles y más oscuridad hacia los médanos y el mar. Digamos, treinta mil personas en los campos iluminados que vemos desde aquí; el resto, unas… digamos treinta barriadas, doscientos mil, viven en la basura y bajo la luz de las estrellas. Así tiene que ser (p. 136).

El zorro de arriba y el zorro de abajo, José María Arguedas (1971).

El Pacífico como límite

Sert, en consecuencia, recibió el encargo de dirigir el Plan Piloto del nuevo Tumaco en 1948, labor que TPA compaginó con el diseño del Plan Regulador de Chimbote pues ambos fueron simultáneos en el tiempo. Aunque por razones diferentes, estos planes quedaron sin desarrollarse en toda su magnitud, con lo que puede decirse que en los dos casos el Pacífico actuó, de manera metafórica, como impedimento y límite para su consecución.

El trabajo de planificación y la voluntad de racionalidad que lo guiaba aunaba en su seno dos sensibilidades un tanto contradictorias. Una de índole utópico-progresista deudora del espíritu de transformación de las vanguardias artísticas y arquitectónicas de la Europa de entreguerras, y hasta antifascista; y otra mucho más pragmática que asumía como propia la ideología liberal norteamericana y su visión y posición dirigente tras la segunda guerra mundial. Desarrollo, democracia y nuevo orden mundial. Aquello que durante un buen tiempo fue conocido como el imperialismo yanqui.

A Sert le sucedió lo que a muchos artistas e intelectuales. Empeñados en cambiar el mundo no aceptan el envite, a veces no tan evidente, de que el mundo los cambie en primera instancia a ellos. Quizás el paso ineludible para que cualquier otra transformación pueda darse.

Chimbote y Tumaco estaban destinados a albergar sendos Centros Cívicos, Culturales y Comerciales a modo de unas nuevas ágoras desde donde crecer desarrollando una trama urbana basada en el modelo de las unidades vecinales. Éstas se pensaron con el criterio de viabilizar habitación, trabajo, esparcimiento (cultivo del cuerpo y el espíritu) y circulación. Eso en un momento en el que los estados todavía no habían sido sustituidos por los mercados y se permitían desplegar de manera paternal horizontes de progreso y supuesta prosperidad para todos.

No hay espacio aquí para enumerar los factores que propiciaron otras dos versiones más de las modernidades truncas tan frecuentes por estos pagos; pero podemos intuirlos sin temor a equivocarnos, pues es algo con lo que estamos bastante familiarizados. Entiéndase ese no entrar en detalles como una invitación a indagar más sobre ello. En Tumaco apenas unas pocas viviendas quedan como restos de ese impulso de planificación. A la vez, lo poco que llegó a hacerse en Chimbote se lo llevó el terremoto del 70.

Un protocolo de intervención

Ese legado puede ser enfrentado con la intención de constatar aquello que pasó, o con la intuición de dar con las claves del futuro. En este caso Henry Salazar ha escogido la opción más apropiada y operativa que es entenderlo a modo de protocolo de intervención en el presente. Eso le permite un trabajo más preciso con ese objeto extraño que supone el paso fugaz de la Arquitectura Moderna por la región. O tal vez sea mejor decir con el fantasma de esa impronta. ¿Qué pasa entonces cuando se reconstruye y se habita ese limbo?

I ran to the window looked for a plane or two
Panic in Detroit – David Bowie