Éter sobre yacijas

Samuel Lasso, Colombia.

La ex Fabrica, Bogotá, Colombia – 2021
Fotos: cortesía del artista.


Texto de Daniela Argüelles Gómez:

Aquí hay alguien que se va; alguien que ha tenido la experiencia de haberse ido a algún sitio, lejos de alguna que fue su casa. Una persona a la que regresa la voluntad de recordar y quiere contarnos algo en medio del terror, como Orhan Pamuk dice escribir a manera de quien acaba de tener un accidente de tránsito, luchando por recordar cómo sucedió mientras está, al mismo tiempo, atemorizado ante la perspectiva de recordar demasiado. En medio de la luz con que esa voluntad de recordar expone las cosas, hay también una oscuridad que protege la naturaleza accidentada de la memoria de Samuel, permitiéndole mirar desde el misterio sus tránsitos geográficos; una neblina atmosférica que le deja hacerse amigo del fantasma de las imágenes imposibles.

Antes de que existiera el telescopio se escribieron teorías sobre un mundo celeste hecho de éter, una sustancia elemental e invisible que permeaba el espacio permitiéndole a la luz viajar en el vacío, compuesta de partículas cuya excesiva pequeñez contribuye– explicaba luego Newton– a la potencia de una fuerza que la ciencia moderna relacionó con el concepto de energía oscura, responsable de la aceleración continua del universo, por la que éste se hace más frío, ausente de materia, y donde las galaxias se alejan unas de otras mientras crece en densidad una energía de vacío de proveniencia desconocida, que se mantiene “misterio físico”.

Algo que es importante porque, cuando trata de contar qué lo invitó a pensar en la acumulación de fotografías que había tomado por las ventanas de buses, carros o aviones durante sus viajes, Samuel empieza explicando la distribución del espacio que se da por la perspectiva atmosférica, en términos de lejanía o proximidad; es conocida por todas las personas esa bruma azul que va envolviendo las montañas y las cosas en un “fondo”, lleno de presencias que podemos todavía ver y que podemos incluso escuchar, pero que no podemos ya sentir. De manera que las cualidades sensibles de esos otros cuerpos que el tacto nos deja conocer, son reemplazadas por la percepción emocional de una distancia impenetrable aunque invisible o disfrazada de transparencia.

Un fondo que nos castiga así, dejándonos saber lo que no podemos más experimentar, recibiendo noticias de los acontecimientos sin participar de su duración. Y sin embargo un fondo de donde vienen las imágenes –nacidas entre las capas de aire condensado y los desfases de tiempo que separan a Samuel (así como a cualquiera) de sus gentes y lugares familiares– para acercar otra vez las cosas amadas a la piel más inmediata y reconciliar al hombre con la energía oscura que dentro de él produjo el vértigo de su propia aceleración. Esto gracias a la facultad que tienen las memorias de darnos tiempo, acompañando la experiencia del presente con la presencia de aquello que creíamos haber perdido y conduciendo los esfuerzos de nuestra vida en la consciencia anticipada de que algún día habremos sido.

El procedimiento es en principio simple: la vida material de esta exposición recoge pedazos del ecosistema de un cuerpo en tránsito; reconstruyendo geografías, siluetas de tumbas que podrían ser también montañas y en cualquier caso son umbrales, maneras que S encuentra de atravesar la densidad, dejándole al vacío una ofrenda generosa de objetos personales ausentes de alguien (a los que les hace falta alguien), mientras él se va (como podríamos irnos nosotros también) a hacerse amigo de lo imposible.

Amigo de la última vez que miró –sabiendo que era la última–, y del mundo distinto al que regresa cada vez; del sol frío que vio, pero no pudo sentir, filtrándose entre las nubes sobre las laderas de las montañas. Haciéndose también amigo de la noche y de ese sol indirecto que es la luna, para demorar la quemadura que desvanece los colores del tubo de crema dental como podría pasarle a la memoria. Siendo el arte, esa forma de amistad que obra el rechazo a las condiciones naturales y atmosféricas, en favor de una conversación interminable donde alguien dice: lo siento todo, me cepillo los dientes contigo todos los días, pesa como roca tu fantasma, sigue sonando la campana cuando pongo mi mano donde ponías la tuya, y grita todavía estoy vivo…te necesito…tuve miedo de que no pudieras escucharme…

Una conversación hermosa y resistente donde nosotros, el público testigo de la aparición de las imágenes, estamos también invitados a responder.


*Yacija: De yacer. Un lugar en el mundo para morir.