entre.vista ~ Andres Belfanti

El artista argentino Andres Belfanti presenta “Ni siquiera tu nombre”, una propuesta que dialoga con su trabajo más reciente y el contexto en el que está inserto, una sala expositiva dentro del proyecto Hotel Inminente. El antiguo edificio, donde funcionaba una escuela, ahora se habita como espacio polivalente que nuclea a más de 20 estudios y proyectos artísticos en la Ciudad de Córdoba.
Las características físicas del espacio potencian la experiencia instalativa de Belfanti, generando una  atmósfera que se disputa entre la interpretación de un futuro distópico y la presencia de desechos  tecnológicos que intentan simular la organicidad de lo vital.

“(…) Necesitamos en esta sala una cierta literalidad. Hacer una casa para estas partes sueltas de vos que no cesan de insistir y que aún así (aún) desbordan su propia finitud y se cansan. No es obra, es una escena. Estás ahí y a partir de ahora una parte tuya habrá vivido en ese refugio húmedo, este habrá sido tu domicilio y un tiempo de tu vida estará siempre suspendida en esta habitación-altillo en la que tu corazón late e insiste en su propio ritmo” fragmento del texto curatorial de Indira Montoya.

En conversación con el artista, dialogamos sobre algunos temas que surgieron:


M.L.M:. Las máquinas que habitan «Ni siquiera tu nombre» pueden entenderse como cuerpxs híbridxs compuestxs por desechos tecnológicos, piezas descartadas de hardware y materiales del campo de la medicina y otras ciencias. ¿De dónde surge tu interés por estos insumos? ¿Cómo fue tu primera aproximación con este tipo de materiales?

A.B:. Desde niño estuve interesado por la tecnología. En mi casa siempre hubo computadoras y siempre me intrigó que había detrás de esa “caja negra”. Desde entonces vengo en relación continua con el hardware y software. Creo que Además se suma un espíritu ciruja, porque siempre me gustó juntar cosas de la calle y rescatar chatarra. Esta actitud de encontrar cosas nuevas y hermosas en lo que los demas tiraron o dejaron detrás. 

Respecto a los insumos de la medicina y la ciencia, creo que tuve más que nada un interés estético. Recién el año pasado estuve internado y entré en contacto más directo y corporal con esos insumos. Ahí mi relación con eso como material cambió, tanto retrospectivamente como en el manejo de esos elementos en las obras que siguieron

M.L.M:. Al ingresar al espacio unx puede sentir que está entrando sin permiso al ámbito de intimidad que ocupan y necesitan estas máquinas. Como si fuera su lugar de recarga, un refugio. ¿Cómo definirías en tus propias palabras el hábitat que has generado? 

A.B:. Me gusta que lo pienses como un espacio de intimidad y refugio, porque fue uno de los gestos que buscamos al crear el espacio con Indira Montoya, que hizo la curaduría. Desde el principio pensé que no quería una sala en la que las obras estuvieran iluminadas y disponibles para el público, sino que me interesaba un espacio común, en el que estos seres, organismos o como quieras llamarle, estuvieran también cuidados, y devolvieran la mirada al público. No quería que lo humano definiera el espacio, sino que fuese en un filo, en el que ambos pueden vivir. Ahí empieza la paradoja de una hospitalidad ilimitada, en la que habitamos con unx otrx en el desconocimiento y la incomodidad.

M.L.M:. Estos cuerpos, sin vida aparente son recorridos por fluidos a través de tubos y válvulas. ¿Hay aquí alguna analogía con respecto a la anatomía humana? ¿Son estos fluidos vitales para estas máquinas o qué simbolizan?

A.B:. Creo que hay una similitud con lo vivo, o en todo caso otra forma de lo vivo. Además de estos fluidos y cables, las obras están atravesadas por datos biométricos de mi propio cuerpo. Son cyborgs al revés, en los que no está la clásica distinción cuerpo/mente que aparece en casi toda la ciencia ficción, sino que participan de una mixtura mas profunda o caótica, que intenta borrar toda distinción, de equiparar a lo humanx, animal, vegetal y máquinal. Sus fluidos son lo mismo que nuestra sangre, saliva, bilis y cualquier fluido. No tienen una finalidad específica, de la misma forma que nuestro cuerpo tampoco la tiene, salvo mantenerse en funcionamiento.

M.L.M:. La tecnología y el agua no son generalmente compatibles, sin embargo en este hábitat las máquinas-cuerpos conviven estrechamente con elementos líquidos. El piso de las habitaciones está inundado y atravesado por cables lo que genera una sensación de inseguridad y de peligro a la electrocución. ¿Qué búsqueda hay detrás de esta sensación de amenaza latente? 

A.B:. El líquido en el piso surgió de una condición de la sala: cuando llueve fuerte, se inunda, En el diálogo que tenemos continuamente con el espacio de Hotel Inminente,  aprendí que no se puede batallar contra la ruina, que la ruina es implacable y que es mejor incorporarla. Esa condición del espacio después fué dialogando con las obras, que son máquinas pero también plantas y animales. La sensación de amenaza y esa mezcla entre refugio y peligro siempre me interesó y sirvió para delimitar un recorrido y trazar los límites dentro de la sala, establecer una especie de topología del lugar. Algunas de las obras ya tenían líquido por dentro, así que inundar el piso también fue una extensión de ese gesto. 

M.L.M:. ¿Cómo te imaginas el mundo post singularidad?

A.B:. Creo que la tecnología actual se plantea como única  e inevitable en su “avance”. Pareciera que excedió la escala humana y no depende de nuestra voluntad. Los últimos desarrollos tecnológicos anuncian que vienen a quedarse y que cambian irreversiblemente nuestra forma de vivir y hacer arte. Y siempre, que son mejores. En ese horizonte parece que la singularidad es un hecho inevitable. Pero  me gustaría pensar que la singularidad no es inevitable, y en mi caso tampoco es querible. Yuk Hui, un filósofo chino dice que no hay que desarrollar la tecnología sino fragmentarla. Ajustarla a nuestras cosmovisiones. El mundo posthumano en el que vivimos nos reclama continuamente tomar esa decisión. La tecnología es una parte inseparable de nuestro cuerpo y nuestra vida, pero no una fuerza exterior a nosotrxs.
Las tecnologías son dispositivos que nos subjetivan. En el horizonte de una singularidad, esa subjetivación sería también un algoritmo único y atroz. Pero como nada caería fuera de ella, tampoco habría voces capaz de articular tal condición como una falta de libertad.  El mundo sería otra cosa. Probablemente ni yo, ni mis obras podríamos subsistir.


fotos: Lucía Bassi