Aragon Park

Aragon Park, construcción abandonada, Madrid, España – 2020
Fotos: Mismo Visitante, cortesía de Mismo Visitante y de les artistas.


Texto por Martim Dias:

They should have sent a poet.

Existe en el ser humano una atracción incesante por los espacios inacabados, sean éstos físicos o mentales. Lo inacabado ofrece espacio al intento, al experimento o a la prueba, ya que él mismo está sujeto a la mutación y a la aportación externa desvinculada de su origen. Aragon Park más que una ruina es uno de estos espacios inacabados, en el que distintas fuerzas han procurado a lo largo de años explorar un propósito que podría ser descrito como un inacabado infinitum.  Este lugar alberga en si una dinámica muy propia, donde distintos colectivos sociales han aprendido a interactuar de manera sostenida en el tiempo, manteniendo un mismo objetivo y una cierta interdependencia. Este mismo propósito se podría encuadrar en la persecución de una utopía libertaria, alejada de un juicio moral y ético de sus integrantes. Entre raves, grafitis, encuentros fortuitos que ha querido el acaso que testificara en visitas previas,  Aragon Park se aleja de los irreales escenarios urbanos de Monsu Desiderio en los que mujeres y hombres se encuentran indefensos ante un ambiente decadente, violento y amenazante. El edificio, así como todas las dinámicas que en él habitan, es hoy un ejercicio de expansión ciudadana, que derrumba momentáneamente la frontera con el deseo vivencial, individual y colectivo, lo que elimina simbólica y temporalmente las barreras existentes en una sociedad altamente individualista que frena necesarios ejercicios de apropiación, experimentación y superación colectiva. Estas prácticas en una estructura social como la actual – conducida por el capital, la institucionalización y la normatización – se asumen como acciones libertarias del individuo en las que la capacidad económica se torna secundaria y la voluntad de hacer, vivir y/o crear se prioriza. 

Un grupo de 24 artistas, heterogéneo y autogestionado, se sumó el pasado mes de Julio a esta dinámica. En esta interacción no se aplica el binomio conquistador-conquistado, destructor -destruido, ya que no se han promocionado acciones excluyentes o que anulen su vida interior. El pensamiento que brota al entrar en este espacio es que se trata de un lugar vivido y donde se puede convivir. Al llegar al patio central que orienta toda la dinámica de la construcción, nos topamos con un mar de residuos del que surge y se eleva una suerte de correa de cables eléctricos y que simbólicamente me hace pensar en las partes que componen el todo que podemos observar. Esta intervención de Jimena Kato envuelve el puente que cruza el edificio de más de 29.000 m2 y convive con las instalaciones de Tamara Arroyo, Keke Vilabelda, y Valeria Maculan. Esta última erige un conjunto de cuatro lonas impresas en las escaleras desnudas que unen las tres primeras plantas. Como si hubiéramos sido transportados a la tribuna de las cariátides en el Erecteión, nos vemos vigilados por una serie de figuras que parecen soportar el peso del hormigón.

Una escalera nos conduce a la oscuridad del subsuelo, en la que emerge una singular construcción corpórea. Asentada en técnicas de proyección sobre un cuerpo anónimo y en la deconstrucción de elementos asociada al imaginario robótico, Alfredo Rodríguez nos hace revisitar las nociones descarteanas de res extensa y res cogitans. Para Rodríguez la utilización del médium fotográfico no es una condicionante a la hora de agregar volumen a este extraño cuerpo, sea por la imagen representada o por el conducto de aire que le sirve de soporte. Esta pieza, yaciente en la oscuridad, convive con las obras del dúo de artistas portugueses André Covas y Carmo Azeredo (ACCA) o la de Javier Montoro, que es para mí un buen ejemplo de cómo determinados objetos y materiales -en este caso el gresite encontrado en una de sus visitas- nos trasladan a una especie de espacio idealizado cuando se ven o imaginan de forma aislada. Por otro lado, ACCA hila el espacio con una sonoridad extraña que brota de un coche calcinado en la semi-oscuridad. Envuelto en una mezcla de fuego y motores, se entrevén un conjunto de obras sobre papel que nos llevan al imaginario creado por Percy Bysshe Shelley. Su soneto Ozymandias cobra especial interés en este espacio que testifica cómo al ser humano le gusta construir más que preservar.

Si subimos a las siguientes plantas del edificio, cerca de las escaleras nos encontramos con un inmenso hueco que atraviesa su arquitectura. Es justo ahí, dónde nos topamos con una serie de intervenciones en suspensión. Su flexibilidad y liviandad hacen tangibles fuerzas invisibles como la luz y el aire, en una representación idílica de las leyes gravitacionales del universo. Tanto Rafa Munárriz como Cristina Mejías logran con sus intervenciones una poética espacio-temporal única a cada nueva mirada, lo que desvela que no todas las obras viven en la época de su reproductibilidad técnica. 

Después de un intenso recorrido, se torna ya evidente la mesurada relación de cada uno de los artistas con el espacio, conscientes de cómo el inacabado infinitum moldea y expande la comprensión de sus piezas. Llegados a la segunda planta descubrimos una instalación de Marlon de Azambuja que con su diagonalidad dirige la mirada y nos invita al movimiento a pesar de la quietud y silencio del espacio. Como una suerte de arqueólogo inversivo, de Azambuja presenta una recolección de vestigios simbólicos de la actividad transversal que habitó y sigue habitando este espacio. Todos los elementos son reconocibles, comunes, y su sencillez nos lleva a asociaciones inesperadas. La tonalidad que invade la sala y baña los objetos se mimetiza con la intervención cromática efectuada sobre cada uno de ellos, conduciendo al espectador a cuestionar lo visible y perceptible. 

Aragon Park debió ser un complejo de oficinas de lujo que nunca llegó a ver la luz. Este futuro imaginado se torna presente en Idle Screens, de Almudena Lobera, que recurriendo a elementos de contención exterior genera un volumen interior. La instalación se construye como un espacio interactivo, abierto, en el que los visitantes se adentran en esta suerte de hommage a lo visible, a lo pictórico, a los espacios productivos pensados desde su inactividad. 

Llegados a la última planta, y después de experimentar una extraña pero tranquilizadora sensación de inclusión, podemos escuchar una música sorda y el agitar de latas de spray. Dos salas reciben las intervenciones de Clara Sánchez Sala y Ángela Jiménez Durán. Clara Sánchez Sala, valiéndose de un mecanismo tan sencillo como eficaz, nos hace caminar por un espacio caracterizado por el binomio fuera-dentro. El espacio se inunda de tonalidades asociadas al ciclo solar y el movimiento de las telas forma una escultura mutable e inconstante. Como nos dice Heidegger “El juego mutuo de arte y espacio tendría que ser pensado a partir de la experiencia del lugar y de paraje. Y así, el arte como escultura no sería conquista alguna del espacio… La escultura sería la encarnación de los lugares”. Y si de un lado el movimiento de las cortinas nos hace regresar a un periodo histórico concreto innegablemente asociado a este edificio, por el otro nos ofrece un vislumbre a la nueva realidad asociada al actual modelo económico que se disemina en los países del sur de Europa y que ahora se muestra fallido. En el espacio contiguo encontramos la instalación de Ángela Jiménez Durán. Anomalía temporal establece una relación con elementos preexistentes en el espacio, como es el caso de las estalactitas y estalagmitas que resultan de diversas filtraciones de agua. El espacio interior se torna testigo y urna de una acción que ha empezado antes de su llegada, y que continúa ahora que ya no está. No es posible desvincular las montañas, los charcos, la arena, de su componente paisajístico, pero es el paso del tiempo la figura central de este nuevo ambiente. Su imagen futura es imposible de vislumbrar ya que no se aprecian mecanismos que controlen su evolución y sus ventanas abiertas invitan a una continua intervención exterior.Lo que más me sorprende de esta iniciativa es su capacidad de disidencia, sin nunca reducirse al intento de construcción de una nueva vanguardia. Percibo estas 24 intervenciones alejadas del academicismo y del sueño erudito, aunque surjan de reflexiones de tipo filosófico. Más allá de su envolvente estética e historia, la belleza y la fealdad intrínseca a todo lo que ahí sucede me hace reflexionar sobre su potencia poética y en cómo la poesía sigue teniendo un papel fundamental en el origen de las revoluciones. Me complace pensar que Aragon Park se mantendrá como un espacio de inclusión y debate, alejado de la disputa y de visiones monolíticas sobre la vida, el arte y sus espacios. Como señala Omar Calabrese “Solo fragmentando lo que ya se ha hecho, se anula su efecto y sólo haciendo autónomo el fragmento respecto a los precedentes enteros, la operación es posible”.

 1 Como se cita en Raquejo, Tonia, Land Art. Nerea: Madrid, 1998. Pág. 69




Artistas: Alfredo Rodríguez, Almudena Lobera, ACCA (André Covas and Carmo Azeredo), Ángela Jiménez Durán, Christian Lagata, Clara Sánchez Sala, Cristina Mejías, Cristina Spinelli, K.S. Dai, Dandara Catete, Elena Blesa, Elsa Paricio, Erik Harley, Esther Merinero, Javier Montoro, Jimena Kato Murakami, Keke Vilabelda, Mar Reykjavik, Marlon de Azambuja, Miguel Angel Tornero, Rafa Munárriz, Tamara Arroyo, Valeria Maculan, Yosi Negrin