Oráculo

Yoshua Okón, México.

Proyectos Monclova, Ciudad de México, México – 2020
Fotos: cortesía de Proyectos Monclova.

El artista mexicano presenta “Oracle” en Proyectos Monclova, compuesto por una serie de videos, objetos y esculturas quemadas que indagan sobre el consumo y su contexto social – político.

Texto de Helena Chávez Mac Gregor:

QUEMARLO TODO

El trabajo de Yoshua Okón lleva tres décadas explorando cómo el arte puede ser una bomba. Cómo puede detonar, desde la crítica y la sátira, una imagen que haga volar todo en pedazos.

El trabajo se ha modificado con los años. La ironía que en los noventa era una forma de rebeldía, se volvió un sofisticado dispositivo de desvelamiento. Si uno piensa en obras tempranas la tensión –racial, de clase, política– operaba como un espejo donde el espectador reflejaba todo su prejuicio social. En obras más recientes, la intervención está en agujerar estos espejos reflejantes para conectar procesos, para constelar territorios políticos y afectivos y mostrar como lo más íntimo de nuestro ser es parte de una compleja máquina de dominación.

Obras como Oracle (2015) nos pone en la mira una tierra arrasada por el nacionalismo. En este video el artista re escenifica una de las protestas más grandes que ha habido en Arizona en contra de la entrada de niños migrantes no acompañados a territorio Estadunidense. Los organizadores de la protesta, miembros de la milicia Arizona Border Defenders, se encarnan a sí mismos para mostrar ante una cámara que les sirve de amplificador sus posiciones racistas y xenófobas. Su agenciamiento permite ver de frente un fascismo que sin vergüenza se exhibe a sí mismo.

El otro lado de esta maquinaria de sometimiento se devela en obras como Fridge-Freezer (2015). En ella, el consumo y la promesa de éxito que dibuja la propiedad, regresa como pura ansiedad. La casa, sueño del capitalismo, muestra su rostro más claustrofóbico en la serialidad de una imagen de la familia, de lo doméstico, del hogar donde hay todo menos vida. La repetición de un paisaje que se ha vuelto la representación a igualar, revienta en un ataque de pánico.

Si bien mucho del trabajo artístico contemporáneo trata de mirar de frente los procesos políticos actuales, la operación de Okón –que hace tan necesario su trabajo–, está en conectar procesos políticos con estructuras económicas y formas afectivas. Para Okón es claro que no hay fascismo sin neoliberalismo, y que es en esa conjunción que las esferas, tanto subjetivas como públicas, se anudan en un mismo deseo. Es desde ahí que el fascismo pareciera propagarse como fuego.

Más allá de una definición del fascismo ligada a los movimientos de entre guerras, autores como Pasolini encontraron que el fascismo, como un deseo de dominación, había perdurado en los sistemas políticos, sociales y económicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y al derrocamiento de los regímenes de Hitler y Mussolini. Además de las estructuras burocráticas del poder lo que perduró en las formas legales fue un sistema que siguió defendiendo un proyecto económico que se sostiene sobre la base del despojo. El neoliberalismo asimiló en su defensa del individuo y su derecho a la propiedad privada un mundo en el que no cabemos todos. Los proyectos políticos están por ello ligados a un mundo de consumo que se sostienen en una forma de deseo, de subjetivación. No debería de sorprendernos el resurgimiento de fuerzas políticas que articulan su defensa del nacionalismo bajo la promesa de una mejora económica. Ante una crisis sistémica donde el capitalismo nunca podrá generar trabajo para todos, y por tanto hace inalcanzable el sueño de la propiedad, la dinámica ha sido la de producir un enemigo. Este toma la identidad que mejor le parezca al poder, cualquiera que ponga en cuestión el privilegio que se acumula en el hombre blanco cristiano.

Pasolini, referencia que el propio Okón ha trabajado en obras como Saló Island (2013), ya intuía que este nuevo fascismo sería más difícil de atacar porque crecía dentro de nosotros mismos. ¿Cómo resistir a estas formas políticas de dominación si se anudan en la promesa de felicidad, éxito y futuro?

Yoshua parece apostar en quemarlo todo. La última de sus obras hace arder una replica de la tienda Banana Republic. Lo que develan los restos carbonizados es aquello que había quedado escondido en la superficie. Una marca que comenzó vendiendo excedentes de ropa militar bajo la réplica del safari para la clase media americana. El éxito de la empresa, fundada en 1978 y adquirida por Gap en 1983, radicaba en vender ropa de hombre adecuada para mujeres sobre la representación de un cazador bien vestido, cómodo, en armonía con el paisaje. Una representación donde la vestimenta militar se convierte en una aspiración de clase. El cazador, como imagen del privilegio de superioridad, le permite crear un paisaje de consumo donde la república bananera es cualquier lugar a dominar. La mercancía, y su representación, permiten soñar con ir a detener una invasión de niños o ir a vender una casa en los suburbios.

La operación de Okón para desarticular este nudo político y afectivo está en quemarlo todo. Quizá desde la belleza de estos objetos carbonizados podremos, en los restos del fallo de una promesa, levantar el deseo y empezar de nuevo.