Momentos que duran para siempre

Adriana Martinez Barón, Colombia.

Foro Space, Bogotá, Colombia.
Fotos: cortesía de Foro Space

Foto Space presenta la exhibición “Momentos que duran para siempre” de Adriana Martinez Barón. La galería esta comprometida con artistas cuyas prácticas reflejan y cuestionan las diferentes dimensiones del sujeto social.

Adriana Martínez Barón es una artista bogotana con una amplia trayectoria. Sus procesos involucran con frecuencia la escritura en remplazo del dibujo como boceto. Encontrar un estilo visual no es fundamental en su práctica, las propiedades plásticas más frecuentes en su trabajo son la repetición, acumulación, anulación, inserción y la hipérbole. Utiliza iconografía y símbolos populares para comentar y rastrear la proliferación global de esas mismas imágenes.

Texto por Gabriel Mejía Abad:

En 1986 el gobierno de Ferdinand Marcos en Filipinas cae, y los antropólogos por fin pueden visitar libremente a la tribu de los tasaday que había sido sujeta a un aislamiento forzoso por parte del gobierno con el supuesto fin de preservar sus “inmaculadas” costumbres ancestrales. lo que los científicos develan en esas visitas es tremendamente bochornoso. La tribu, descubierta en 1971 por allegados al gobierno de marcos, era un timo total. No vivían en cuevas ni se cubrían con tapa rabos, no comían plantas ni eran tan pacíficos que dentro de su lengua no existía la palabra guerra; eran simples vecinos de la zona que cumplían a cabalidad el papel de “buenos salvajes” para darle reconocimiento internacional al gobierno de marcos y además atraer el turismo.

Los tasaday fueron, tal vez, la especie con más corta duración sobre la faz de la tierra, su extinción fue acelerada de manera exponencial por las condiciones sociales y políticas en su territorio. Desde su nacimiento, hasta su sepultura, tuvieron que pasar solo dieciséis divertidos años.

Puede que esta solo sea una anécdota para contar de vez en cuando y reírse de la ingenuidad de ciertas instituciones de la época, pero lo que en realidad devela es mucho más irónico: en 1986 dejó de existir cualquier territorio virgen sobre la tierra. Tal vez el proceso ya había empezado siglos atrás con los primeros mapas, las expediciones botánicas, o las conquistas de nuevos territorios por parte de las potencias imperiales; tal vez esta idea no de comprender sino de conquistar la naturaleza sea tan antigua como la humanidad misma, lo que sí es cierto es que con la tribu de los tasaday se fueron también los sueños, por lo menos a nivel mediático, de descubrir algo nuevo sobre la faz de la tierra, y a los sueños de conquista le siguieron entonces los de la emulación.

Es así como el territorio se volvió infinito porque dejó de ser real, y lo que tenemos a cambio es una idea de paisaje, una representación de un mundo poblado por seres que en la mayoría de los casos no llegamos a conocer. una especie de zoológico simbólico que vamos a recorrer en los pasillos de los supermercados repletos de emulaciones de la vida natural. La esquizofrenia del mercado y de la publicidad, intenta proveer a los productos con características naturales haciendo conexiones que parecen ridículas pero que tarde o temprano aceptamos como ciertas.
Una menta es fría como el polo norte y los osos que habitan esos territorios, acosados por la desaparición de los grandes hielos, están muy felices de que nosotros tengamos un aliento fresco en nuestra próxima primera cita.
De los seres mitológicos y peligrosos como los dragones, o los rinocerontes gigantescos del nuevo mundo, pasamos a una fauna domesticada y amigable pero terroríficamente caníbal, es decir capaz de acabarse a sí misma para satisfacer nuestros deseos. Esta idea emulación narcisista se encuentra presente en cada una de las piezas que componen esta exposición colaborativa entre Adriana Martínez barón y Beto Pérez Fleta.

No se trata de una crítica al deshielo o al calentamiento global; no son estas piezas un panfleto ecologista, ni un intento por llamar la atención por tal o cual desaparición de una especie en el planeta. “Momentos que duran para siempre” es una exploración a la ironía del lenguaje y a su capacidad para estar siempre redefiniendo las narrativas sobre lo natural. Desde la escogencia de su título, lleno de esa extraña mezcla entre lo romántico y lo descaradamente engañoso, la muestra nos pone en el papel de un consumidor que observa el colapso de algo, el fin de un ciclo que se derrite, y que podría ser la idea misma de lo natural. El aire plastificado, el agua hecha de resina, un congelador que no congela ni mantiene fresco nada, un televisor metido en una mica para bebés, unos mapas que no se dejan ver; todas parecen metáforas de un lenguaje que está perdiendo la relación con lo real, si es que eso tiene sentido, y que cada vez se siente que flota sobre las aguas de la esquizofrenia de la producción del mercado. Un lenguaje que es incapaz de detenerse, así como los rompe hielos y los monstruosos barcos repletos de mercancías que atraviesan el mundo y que nos proveen de toda la “diversidad” geopolítica que tanto requerimos.

Toda esa fauna infinita está en esos productos que Adriana Martínez trajo desde diferentes lugares del mundo, una fauna que tal vez haya recorrido muchos más kilómetros que cualquiera de nosotros; una naturaleza adaptada a un estilo de vida que anhela lo natural pero tampoco se siente cómodo con lo salvaje, con lo despiadado y que tiene que ser domesticado para que no hiera lo suficiente.
“Momentos que duran para siempre” es un juego irónico entre lo que tiende a desaparecer y lo que todo el tiempo se renueva, lo que se resiste a desaparecer. es una metáfora del fin de algo que intuimos ya desapareció hace mucho tiempo, ¿el mundo?