Los colores de los días

Lucas Di Pascuale, Argentina.

El Gran Vidrio, Córdoba, Argentina – 2021
Curaduría: Eugenia González Mussano
Fotos: cortesía de El Gran Vidrio

El Gran Vidrio presenta la exhibición individual “Los colores de los días” del artista cordobés Lucas Di Pascuale.
La propuesta se articula en tres sectores que tienen su anclaje fundamental en la estructura arquitectónica de la sala de exhibición y en tres pinturas de Malevich. Por un lado, la proyección de Círculo negro (1924) sobre el plano del espacio, la cual se convierte en una ronda de lectura donde suceden diferentes actividades durante la exposición. Por otro lado, saliendo del círculo negro y pasando por debajo de la pasarela de la galería, se encuentra un gran degradé de dibujos de diferentes tiempos de realización, los cuales dejan un vacío que conforman la segunda pintura de Malévich, Cruz negra (1915). Por último, en una sala cúbica amarilla y desde una superficie cuadrada que evoca la tercera pintura de Malévich, Cuadrado negro (1915), se proyecta un diálogo de imágenes que sintetizan charlas por correspondencia entre el artista y la curadora, sus contagios y diferencias.

Esta muestra está pensada como una continuidad de los trabajos de Lucas en general y especialmente de las exhibiciones Querido Margen (Galería Hache, 2019) y de 2222 (El Gran Vidrio, 2016).

Una de las actividades que se desarrollan en contexto de “Los colores de los días” es la puesta a disposición del círculo negro de la exhibición como “espacio disponible” para les visitantes, invitando a reservarlo gratuitamente como punto de encuentro o para generar cruces de cualquier índole.


Texto por Eugenia González Mussano:


CCC3


El tres es un número de eminente simplificación en el que el yo monómano y

el contraste dualista han sido superados para comenzar lo colectivo.
Oskar Schlemmer


Los colores de los días alza en sus hombros una convicción cargada de dudas sobre lo que el arte es capaz de transformar en cada individuo y su aporte para una sociedad diferente. Aquí lo singular y lo plural se mezclan, se amasan, se distancian. Desde los aspectos más intangibles hasta los más materialmente visibles construimos esta muestra a partir de la creencia de que el ser es un movimiento constante de contagios y variaciones. En definitiva es un acto (Jean-Luc Nancy, 1996). En este proceso nuestras propias singularidades se anuncian confusas una a otra mientras circulan entre el espectro de referencias a las que fuimos arribando mientras nos escribíamos cartas. Acompañar a Lucas Di Pascuale en la construcción de este espacio para que sus trabajos se vean, se disfruten, se toquen, nos seduzcan, y para que sucedan muchas otras cosas como encontrarnos a charlar, dibujar o leer una carta en voz alta que nunca será entregada, propone una muestra que es un llamado al acto de participar, al acto de ser con y entre otres. Comprometernos con la idea de que cada une de nosotres construye este espacio –y cualquier otro– en la medida en que nos animamos a ir un poco más allá: sacarnos los zapatos, entrar en una ronda de lectura que también es una pintura de Malévich–, acostarnos, hojear lo que Lucas dejó allí para nosotres, mirar hacia arriba, quedarnos en silencio, entrar al color. ¿Somos capaces de dejarnos comer por la fuerza gravitatoria de este agujero negro? ¿Estamos dispuestes a dejarnos atrapar por esta región finita del universo?

Una exhibición es ante todo una pronunciación política. No es una trama solitaria sino que es una serie de sucesos que salen de ese singular-plural hacia un encuentro con lo extraño. Un virus, nos dice Preciado tomando a Deleuze, es eso extraño, es en definitiva lo extranjero. En medio de una pandemia mundial que nos mantiene a todes aislades con terror a ese virus extranjero, nos convoca en esta exhibición a preguntarnos cómo hacer comunidad. ¿Por qué seguir insistiendo en ir al encuentro con lo extraño? Este virus –nos dice Preciado– no es más que la afirmación de las políticas de implementación de las fronteras sobre los territorios nacionales y sus límites. Es decir, un síntoma de nuestro propio miedo xenófobo a lo desconocido. Y nos propone que sanarnos a nosotres como sociedad no significaría la imposición de la separación, sino inventar una nueva comunidad más allá de las políticas de identidad y las fronteras con las que hasta ahora hemos sido producides.

Para recorrer estas preguntas quisimos volver a algunes artistas, nos dejamos seducir por las primeras décadas del S.XX para rescatar de aquel entonces las maneras en que las teorías estéticas estaban ligadas a sus teorías políticas. Éstas entrelazaban la autonomía de la representación para crear una nueva sociedad anclada en la democratización del arte y la colectivización de la enseñanza artística. Invocamos aquí a Malévich, Schlemer y a todas las mujeres anónimas de la Bauhaus. Podemos pensar que la revolución no fue lo que esperábamos, pero decidimos tomar de esas formas lo que nos convenía, mientras íbamos construyendo este espacio a puño y letra. En este camino largo de intercambios donde nos dejamos hechizar por las ideas de la revolución e interpelarnos por nuestros contextos, los deseos de cambio iban macerando junto a la pandemia y la reclusión. Lo primero realmente llamativo para mí fue ver que nuestras letras se parecen al punto de que se podría confundir la de Lucas con la mía. Contraté a una grafóloga para que de alguna manera lo reafirmara y diera alguna hipótesis sobre nuestra confusa identidad. Sus letras se parecen y tienen una rusticidad sensual –afirmó ella–, una rusticidad sensual semejante a la de los inmigrantes que llegaron a América en los años 20. Para mí esa fue la clave, no solo estábamos hablando con nuestres antepasades artistas de las primeras décadas del siglo que habitaron en Rusia o Alemania, sino que estábamos dialogando con nuestres propies bisabueles inmigrantes que escaparon de aquellos lugares bajo el horror de las guerras. Quizás estamos aquí para inventar respuestas a esos dolores personales y colectivos. Sin duda el arte es una vía poderosa para curar y romper estructuras que ya no nos sirven, sobre todo en ese lugar en el que escapa a la captura de su especialización y conecta con la maravilla y con la experiencia de lo inexplorado. Repetir los saberes como verdades fijas desconociendo nuestras propias experiencias conforma sociedades alienadas atadas a un pasado de respuestas que ya no nos pertenecen.

Es crucial encontrar formas de pensar, más allá de las palabras, que nos sirvan para relacionarnos con el mundo de manera distinta. Con Lucas llegamos a un acuerdo: no nos interesan las ideas fijas, sino la libertad de visión, sensación y pensamiento que produce la continua curiosidad con las cosas y que invita, a quien quiera entrar a la sala, a enfrentarse directamente con la riqueza de esta pequeña porción del mundo. Nuestra revolución es sutil, nos sumergimos en el levantamiento del polvo, en la calima que solo se nos hace visible cuando un rayo de luz la atraviesa. Esto conlleva asumir el fracaso de las certezas unificantes y la posibilidad de vivir entre la multiplicidad de temporalidades. En todo este proceso nos dimos el tiempo de desorientarnos, de no cerrar, de no imponer; en todo este proceso nos dimos la oportunidad de que lo ya instituido no nos determine; nos dimos la posibilidad de afectarnos mientras trabajábamos, de llorar con una carta. Queremos restituir al arte su uso común, la creación viva opuesta al resultado aurático. Queremos sumarnos como artistas al levantamiento de los huracanes, a las erupciones volcánicas, a las olas en sus días más fuertes, pero también escuchar al esternón cuando respiramos y abrir el pecho para que lo extraño nos acaricie.