Lista negra

Nicolás Astorga, Chile.

 

Tokio Galería, Lima, Perú – 2018.
Curaduría: Céline Fercovic
Fotos cortesía del artista y galería.

 


En la Sala de proyectos especiales de Tokio Galería, se presenta una serie de trabajos que nos remiten a recuerdos ambiguos de la adolecencia que traccionan y cuestionan los limites entre educación, represión y libertad. Astorga nos sumerge en su universo escolar, desde relatos que parten de lo documental y autobiográfico, donde objetos funcionales evidencian las contradicciones de una sociedad en discordia.


Texto de Céline Fercovic:

 

Hicieron una lista negra porque estaban muertos de miedo

 

Dame tu tacho de basura
la quemaré te lo prometo
no la voy a crucificar
ni siquiera la voy a guardar en mi memoria
la aceptaré
sin azotes la aceptaré
(Blanca Varela, Dame tu tacho de basura en Concierto Animal)

 

Es injusto. Son todos tan débiles, es obvio, y aún así se hacen los duros. Se sienten aludidos sin que nadie diga su nombre. Todo el mundo sabe que cuando alguien cree haber sido víctima de un ataque se pone a disparar insultos sin medir su crueldad. Es el típico método de defensa ante la inseguridad. Es común y triste. Siempre alguien sale dañado. Al menos cuando hay igualdad de condiciones los protagonistas de una disputa; acusadores, atacantes, defensores, pueden resolver el asunto mano a mano. Pero cuando la persona que se considera amenazada se apoya en una multitud anónima, tiene una posición privilegiada en la jerarquía social o representa el poder de una institución avalada por la historia barre contigo y con el polvo que dejaste en suspensión. Te esconden debajo de la alfombra, te someten, te expulsan, te matan si pueden. Por eso sigue siendo injusto.

 

De todas maneras nada ni nadie metido aquí adentro va a jugar el papel de víctima. Es mucho mejor. Se trata de desplegar ciertos incidentes locales, personales y mediáticos, en un espacio que permite formular nuevas relaciones, en donde la coerción resultante de conflictos anteriores tengan la oportunidad de batirse en condiciones de imparcialidad.

 

Partiendo de un ejercicio autobiográfico y documental la exposición se centra en cuatro relatos particulares sobre la adolescencia, presentados en video y tapices poco convencionales en los que se inscriben bordados, palabras y rallados sobre objetos estandarizados del mundo escolar. Los casos reunidos concluyeron de diversas formas con el correr del tiempo; mientras unos se quedaron en la privacidad de quién lo vivió, otros se exteriorizaron a pequeña y gran escala, sin embargo todos comparten una cuestión generacional; ser hitos individuales de una misma época en una misma región geográfica.  

 

Inevitablemente los relatos arrastran viejas discusiones sobre identidad, diferencia, tolerancia y discriminación. Son temas latentes dentro de una gran red que involucra instituciones educativas, sesgos religiosos, criterios editoriales de medios de comunicación, estratos sociales marcados por el poder adquisitivo, arribismo, neoliberalismo, nuevas plataformas digitales de interacción social (que apenas se habían establecido en el continente) y tendencias internacionales en estilos de vida y moda, absorbida y extrañamente reformulada por los jóvenes latinoamericanos. Todo esto abordado sin condescendencia y crudamente exhibido.

 

En Chile, quienes habían nacido en los odiosos años de consensos políticos en pos de la Transición o en los primeros años de democracia ahora vivían su adolescencia en el cambio de siglo. Todo se había vuelto confuso entre el tradicional conservadurismo católico, el liberalismo económico y el pujante deseo sexual adolescente que arremetía contra los valores hipócritas del país. En este contexto se hace público un video muy genital, uno de los cuatro relatos expuestos en Lista Negra, donde unos niños sentados en la plaza se tocan y lamen en primer y primerísimo primer plano. Con su viralización y millones de visitas este video representa, después del arresto de Pinochet en Londres, el momento contemporáneo más incómodo del país.

 

Saber del video, incluso sin verlo, puso nerviosas a todas las figuras públicas que cotidianamente dan sus opiniones en la prensa o en la tele. Muchos se creyeron psicólogos y se pusieron a especular sobre la vida privada de los protagonistas. Los dueños y sostenedores de colegios se mostraron afectados, pero en vez de recapacitar sobre la nula educación sexual que entregaban a sus alumnos, culparon a los adolescentes recriminando su falta de conciencia. La mayoría de las personas reaccionó con crueldad, algunas risas nerviosas, pero por sobretodo ofensas y ganas de escarmiento. El resto de las personas prefirieron omitir el tema, hacerse los tontos frente a sus hijos. Todos sentían una especie de vergüenza. Estaban muertos de miedo. La más dañada de este cuento fue la única mujer del video, que si bien es la figura central de la grabación no se desempeñó como directora. Fue agredida en redes sociales y expulsada de su escuela.

 

El pudor de los chilenos, de esos niños gordos que usan suéter en verano o de esos adultos que se bañan con ropa en la playa, tuvo la oportunidad de devolver su patética revancha. Muertos de miedo criticaron la osadía sexual de una niña por intentar conseguir aceptación social y ascender en la jerarquía escolar haciendo uso de los códigos adolescentes más vanguardistas, todo lo que ellos nunca se atrevieron a hacer y que con la expansión viral del video pudieron moralizar, darse el lujo de satanizar, y de este modo defender su triste existencia. Lamentablemente esos sujetos intimidados y avergonzados fueron la mayoría. Los estúpidos que llamaron puta a la niña del video no son más que los representantes de la doble moral chilena, buenos hijos de la dictadura, individualistas y fatalmente aspiracionales.

 

A menor escala ocurren las mismas reacciones agresivas hacia personas que posicionan su diferencia frente a los demás. Lista Negra toma parte de estas diferencias para ponerlas en perspectiva. La muestra funciona a modo de escaparate; se exhiben fragmentos de la vida real, plasmada en su jerga coloquial (derivada de permanente transformaciones lingüísticas), como testimonios de un reproche hacía todo lo que se mantiene al margen de la norma. Este aspecto marginal, más allá de su asociación con los estudios de Hans Prinzhorn sobre la producción visual de pacientes psiquiátricos o del planteamiento surrealista sobre el productor naif que se mantiene fuera de los circuitos oficiales de educación, difusión y valoración del arte, es, en forma y contenido, el motivo que guía la lectura de las obras. Rescatar los códigos del vocabulario escolar, el aspecto de sus uniformes y los registros que ellos mismos hacen de su vida privada cristaliza la relevancia por capturar la estética cotidiana, especialmente, en esos lugares reprimidos por la autoridad, designados superficiales, transitorios o de segunda importancia.

 

Lista Negra tiene la audacia de reparar las grietas de una adolescencia quebrada por el mandato ajeno. Su incidencia está en la intimidad que un testimonio honesto puede generar. Sólo hay que acercarse a reconocer las figuras de estas disputas adolescentes, dispuestas aquí en su formato liminal.