Two Ways to Disappear Without Losing the Physical Form

Javier González Pesce, Chile.


Fonderie Darling, Montreal, Canadá – 2019
Curaduría: Ji-Yoon Han
Fotos cortesía de Fonderie Darling.
Traducción: Raquel Cruz Crespo


Texto de Ji-Yoon Han:

Las múltiples caras de lo anónimo

“Cuanto más la gente es representada, menos queda de ellos en la realidad.” Hito Steyerl (1)

¿Cómo pensar – en este mundo en que las imágenes y los objetos están en competición perpetua por captar nuestra atención, frecuentemente anestesiada debido al exceso de estímulos – cómo pensar y mostrar aquello que carece de visibilidad, que está oculto y por tanto cae en el olvido?
Esta pregunta, es sospechable, acecha hoy particularmente el campo de las artes visuales, comprometido con la producción de imágenes e investido en la visibilidad como proceso artístico. Y cobra aun más agudeza en el contexto de la programación del décimo aniversario de la Residencia de las Américas, marcada por el deseo de dar visibilidad a los artistas de la diversidad cultural. ¿Cómo se articulan hoy los problemas de representatividad y visibilidad? ¿Cómo podemos y debemos responder a ellos?

Con la exposición “Dos formas de desaparecer sin perder la forma física”, el artista chileno Javier González Pesce presenta dos trabajos recientes, que se centran en estos temas a partir de una investigación escultural del acto de desaparecer. Por un lado, una nueva versión de la instalación “La isla de los no adaptados” (2018/2019) recrea un techo de paneles corrugados en el piso de la sala grande, en el que el artista compuso microcosmos de objetos perdidos, a menudo robados, abandonados, o “encontrados” finalmente en los tejados de Santiago de Chile y reunidos aquí en archipiélagos improbables. Por otro lado, el proyecto “Sin título (Rostro humano)” (2017/2019) se desarrolla a través de tres esculturas y un video, cuyo fin es componer los elementos de una cara en una superficie en constante movimiento: el océano.

El diálogo entre las dos obras nos refiere a las realidades pasadas y presentes de Chile, evocando tensiones sociales y de memoria que no dejan de ser actuales. Estas “desapariciones” de origen a menudo violento constituyen un punto de partida de una suerte de deriva imaginaria. González Pesce se empeña en inventar nuevas formas de vida para estos objetos y seres alejados del mundo visible. Este esfuerzo se realiza a través de materiales utilizados para fines de transporte o protección: marco de madera, techo de PVC corrugado, polietileno, botes de madera. Una vida de ocio se abre así a los objetos liberados de sus dueños y sus funciones. Globos pinchados, teléfonos celulares rotos, bolsas de plástico arrugadas y hasta juguetes de peluche huérfanos: estos son los que interrumpieron su frenética carrera en el mundo de los humanos y se reunieron a matar el tiempo en los flancos inclinados y brillantes del techo, sujetos a la sola acción de la gravedad e inmóviles a partir de ahora.

A esta maraña de pequeños objetos cotidianos que finalmente encuentran su tranquilidad al “desaparecer”, responde un gesto opuesto en el proyecto “Sin título (Rostro humano)”: se trata más bien de mostrar una cara monumental que se desfigura y reconfigura perpetuamente. El artista talló los fragmentos incompletos de una cara (una boca, una nariz, una oreja) del tamaño de botes de madera con la esperanza algo disparatada de meterlos al agua y dejarlos a la deriva, a la voluntad de las corrientes marinas. Esta cara en sí misma no es la representación de nadie. Es una cara sin nombre, sin cualidades, invisible de alguna manera. Es mas bien una ruina flotante, o en su defecto una máscara a prueba de inmersión.

De una obra a la otra se dibuja un camino que entrelaza lo visible y lo invisible, y resalta una imagen singular de lo anónimo. Mostrar lo anónimo: manifestar en el campo de lo visible a alguien, o a algo, que no hemos podido identificar. Precisamente aquí se trata de objetos, de una cara, que han sido despojados de su identidad y su uso, pero que paradójicamente adquieren más fuerza en esta condición de desclasificación. Así, rehúyen cualquier asignación de identidad. La pieza de video “Sin título (Rostro humano)” ofrece un testimonio sorprendente: a pesar de los repetidos intentos del artista que, como un Sísifo de las aguas, se esfuerza por mantener juntas las piezas de la cara para darles orden, estas escapan continuamente a todo afán de control, trasportadas por las corrientes marinas. Derivemos un poco nosotros también, y podremos imaginar fácilmente que este “rostro humano”, sujeto únicamente a fuerzas naturales, tiene el don de evadir radares, sistemas de reconocimiento facial y otros algoritmos de detección.

En su ensayo “The Spam of the Earth: Withdrawal from Representation” (2012), la artista y teórica Hito Steyerl analiza cómo la relación entre la representación visual y la representación política ha evolucionado con la multiplicación al extremo de imágenes, agravada por las tecnologías digitales. Si bien hasta hace poco la representación había sido considerada como un lugar privilegiado de protesta por la política y la estética, Steyerl hace hoy la siguiente observación:

En tanto las minorías de todas las franjas fueron identificadas como consumidoras potenciales y representadas visualmente (hasta cierto punto), la participación política y económica de la gente se ha vuelto cada vez más desigual. El contrato social de la representación visual contemporánea al comienzo del milenio presenta, por tanto, todas las características de un esquema Ponzi, o incluso de los juegos de participación de programas televisivos, cuyas consecuencias son imposibles de predecir (2).

Hoy en día el anonimato — o la retirada voluntaria de toda visibilidad (Steyerl piensa en un contexto en el que un número creciente de personas se niega a que una cámara tome su imagen, para escapar de la vigilancia generalizada) — o incluso la desaparición sin perder la apariencia física, se presentan como posibles estrategias para simplemente “sobrevivir”.
Bien que integradas al flujo perpetuo de la producción material del mundo, las obras de González Pesce dibujan, no sin cierto humor negro, islotes de esperanza: los objetos tienen la oportunidad de desarrollar una segunda vida en los techos de las casas, entregados a la lluvia y al buen tiempo, precisamente porque se independizaron de los humanos ; en cuanto a los botes, son tanto el vehículo del desmembramiento de una cara anónima, como el único medio confiable de flotar en el mar y, en consecuencia, de cualquier supervivencia posible. Para Édouard Glissant “todo pensamiento archipélico es pensamiento sobre el temblor, la no presunción, pero también sobre la apertura y el intercambio (3)”, en consecuencia González Pesce se centra en la deriva y el vagar como operaciones que le permiten desplegar su propio archipiélago escultórico. Dicha deriva continúa luego a través de su trayectoria por el continente americano, de Sur a Norte.

He aquí, entonces, una invitación a abrir el diálogo.

1.Hito Steyerl, « The Spam of the Earth: Withdrawal from Representation », e-flux Journal #32, février 2012, https://www.e-flux.com/journal/32/68260/the-spamof-the-earth-withdrawal-from-representation/, nuestra traducción.
2.Hito Steyerl, ibid.
3.Édouard Glissant, Traité du Tout-Monde. Poétique IV, Paris, Gallimard, 1997, 231, nuestra traducción.