Cerrar para abrir

Wynnie Mynerva, Perú.

Ginsberg Galería, Lima, Perú – 2021
Fotos: cortesía de Wynnie Mynerva.
Curaduría: Miguel A. López.

Texto de Miguel A. López:

El trabajo de Wynnie Mynerva transita y ensancha los límites de la carne, del cuerpo y del deseo. Ella no pinta meras ficciones sino posibilidades corporales: como si el pincel no se conectara con su mano sino con su estómago, con sus orejas, con su útero, con su lengua, esófago, intestinos y uñas. Sus pinturas son una prolongación vibrante de su cuerpo, y su cuerpo es un campo erótico y sintético de exploración plástica. Sus piezas son tanto pictóricas como performativas. El pigmento sobre la tela y el plástico operan al mismo nivel que las incisiones que ella decide hacer sobre su piel: ambos son tecnologías dirigidas a interrumpir la verdad normativa del sexo y del género. Ambos le permiten contaminar y cruzar las violentas fronteras del binarismo sexual.

Su itinerario creativo en los últimos años revela una práctica comprometida e indomesticada, alejada de un mero ensimismamiento hedonista. Su obra es el eco de una colectividad furiosa que se niega a aceptar las fantasías patriarcales y los paraísos heterosexuales modelados por la norma. Su temprana investigación escultórica sobre las anatomías genitales (“El otro sexo”, 2018) dio lugar a una exploración de las posibilidades políticas del dildo para deshacer los contratos heterosexuales (“Sex Machine”, 2019). Su proyecto siguiente fue un ajuste de cuentas ante la misoginia institucionalizada y la autoridad masculina (“Sweet Castrator”, 2020), pintando una serie de paisajes en donde los acosadores y depredadores se ven perseguidos y asediados. Ello aparece también en su gusto personal por el BDSM –y el sometimiento de cuerpos masculinos–, cuyas formas de experimentación y juego sexual se desplaza hacia una pintura intensa y expresiva. Siempre cargado de componentes autobiográficos, de su trabajo brota la urgencia de confrontar la impunidad así como la estructura de violencia racial, sexual y de clase que definen lo contornos de las distintas formas de violencia patriarcal.

En su quinta exposición individual, Wynnie continúa colocando su cuerpo al centro de su práctica, aunque esta vez desde una dimensión profundamente íntima y curativa. Esta exposición es, en primer lugar, una invitación para celebrar con ella los cambios que su cuerpo le ha solicitado. En un mundo donde se patologiza la diferencia y se criminaliza las identidades de género no normativas, cualquier modificación que implique trastocar los signos binarios parecen demandar explicaciones médicas o siquiátricas –ancladas siempre en una perspectiva heterosexual. Pero aquí no hay justificaciones porque Wynnie no se las debe a nadie. Ella nos lleva literalmente a la mesa de operaciones pero para extirparnos la idea de la sexualidad como un hecho biológico. La artista decidió cerrar su vagina para abrir posibilidades distintas de existir. El cierre es en realidad una gran reapertura que le permite reconstruirse, reconocerse y reconciliarse.

El video de su intervención quirúrgica junto con una serie de pinturas sobre acrílico transparente construyen un escenario de fiesta, alegría y exaltación que activa preguntas sobre el cuerpo y la autodeterminación. Wynnie ha tenido que aprender a leer los discursos médicos –las retóricas de la disforia de género, los protocolos de reasignación sexual, etc.– para gestionar una modificación a la cual estuvo aspirando desde hace mucho. Sus esfuerzos son próximos a las luchas que vienen librando diversas comunidades transgénero, con quienes ella comparte espacios e intimidad. Consciente de sus privilegios, y quebrando la burbuja que suele ver el arte separado de la vida, Wynnie crea las condiciones para reclamar la cirugía no como sirvienta de la norma sino como agente del deseo: como herramienta para alcanzar un cuerpo con el cual se sienta representada.

Al cerrar su vagina, la artista trastoca uno de los mayores significantes políticos de definición de la feminidad, pero sin saltar hacia ningún binarismo. Ni homosexualidad, ni heterosexualidad. Ni masculinidad, ni feminidad. Wynnie emprende un viaje por las fronteras, lo cual supone una de las mayores amenazas para quienes se creen policías de la identidad.
Ella se desidentifica con gozo para formar parte de una coreografía de cuerpos que han renunciado a los signos normativos –el pene o la vagina como códigos de identificación social– y construir formas distintas de felicidad, colectividad y pertenencia afectiva. No es una fantasía; esa colectividad que existe aquí y ahora y está liberando batallas cruciales para librarnos de las segmentaciones y ataduras de la diferencia sexual.

Sus pinturas son a su vez un umbral en donde partes del cuerpo proliferan más allá de nombres y etiquetas, entremezclando sexos, órganos y prótesis, escapando incluso de la superficie plástica para extenderse hacia el espacio de la sala. Sus anatomías flotantes pintadas sobre retazos de acrílico están cargadas de complicidad y afecto, como si reconociera en ellas formas sanadoras de hacer las paces con el deseo. Una de ellas pinta un tucking genital –el pliegue del pene y los testículos empleado por mujeres transgénero y cuerpos no binarios– que activa otras relaciones con el cuerpo y ayuda a escapar de la dicotomía sexual. En otra, Wynnie presenta un cuerpo sin orificios: sin pene, sin vagina, sin ano, produciendo sudor y fluidos a través de la piel. La imagen de una vagina cosida con un hilo rojo asoma en otro cuerpo voluptuosamente delineado y vestido con piezas de cuerpo y látex en sus extremidades. Algunas de ellas son ensayos de modificación del cuerpo sin cirugía, otras son anticipos de cambios inminentes.

Al ser piezas transparentes y flotantes en el espacio, estas acentúan la dimensión líquida del pigmento sobre la superficie. Wynnie viaja en esos movimientos del pincel: como si los colores fueran disolventes del género, de la diferencia sexual y de los bordes corporales. Sus cuerpos aparecen expandidos y dispersos, esperándonos para activar en nosotros formas propias de soberanía y reconocimiento político. Sin duda habrán muchos preocupados por nombres, categorías y distinciones, por las implicancias médicas, científicas, siquiátricas de sus imágenes y acciones, pero es hora de dejar de ir buscando síntomas y patologías. Wynnie se sacude de los lenguajes policiales porque sabe que en ese sistema colonial-patriarcal no hay realmente nada importante, nada de lo que anima su sentido vital, nada de lo que alimenta y permite seguir viviendo a la comunidad de la cual forma parte. Elles pueden existir, tirar y amar fuera de la taxonomía jurídica. ¿Cómo? Pruébenlo.