Rurais

Adriano Amaral, Brasil.

 

Galería Jaqueline Martins, São Paulo, Brasil – 2017 / 2018

 

El artista brasileño, Adriano Amaral, presenta una exposición que reflexiona sobre las alteraciones del concepto de “cultura” en la era digital y como, junto al desarrollo tecnológico, han cambiado nuestra forma de relacionarnos con el entorno y con nosotros mismos.
El trabajo presenta una convivencia de materiales orgánicos, tecnológicos y audiovisuales, enlazados entre si, con el criterio de funcionamiento de los sistemas en los panales de abejas y avispas.
La exposición genera lecturas ambiguas sobre estos objetos híbridos, ya que parecen ser el resultado de una transformación morfológica inevitable o bien, contaminados por el contexto de una evolución tecnológica avasallante.

 

“(..) Nuestro entorno cultural se ha convertido en nuestro hábitat natural, lo que nos lleva a reconocer el carácter compuesto de nuestra constitución como seres humanos. Respondiendo a este contexto incierto, líneas de pensamiento como la ontología orientada a objetos o el conjunto de discursos colectivamente denominados Antropoceno (y sus variaciones), exploran la presencia de entidades no humanas, recontextualizando a la humanidad dentro del ámbito de una red expandida de agencias. El momento actual es aquel en que este tipo de tensiones se hacen sentir cada vez más rápido, traduciéndose en una idea generalizada de crisis asociada principalmente al ámbito económico, pero también claramente percibida en sus aspectos ecológicos, filosóficos, humanitarios y políticos.

Reflejando esos desplazamientos, la práctica de Adriano Amaral investiga las características procesuales de un contexto de rizoma hecho a partir de contrastes que contaminan de manera cruzada. El espectáculo se basa en el espacio de la galería como un hilo unificador, construyendo su narrativa a través de los pisos de ambas galerías. La planta baja está ocupada por el video homónimo de Rurais. Se muestra enseguida en dos televisores de pantalla plana que cuelgan de la misma estructura, pero mirando hacia lados opuestos de la habitación, el video presenta tomas nocturnas de la granja de abuelos del artista. Filmado con un avión no tripulado, las imágenes de cobertizos de almacenamiento, espacios vacíos y utensilios agrícolas abandonados evocan un escenario post-apocalíptico que recuerda a las imágenes tomadas por los robots durante el desastre nuclear de Fukushima. Conocido como ASMR (respuesta meridiana sensorial autónoma), el audio que lo acompaña está diseñado para provocar sensaciones físicas en el cuerpo del oyente, a diferencia de un fenómeno de cinesthesia de sonido y tacto. Esta dimensión fantasmal que Rurais transmite se ve agravada por las piezas adjuntas a las paredes que rodean los televisores: una serie de nidos de avispas y un conjunto ambiguo de esculturas. Cada una de las estructuras de insectos emite diferentes ruidos diseñados artificialmente que se suman al sonido que acompaña al metraje. En conjunto, proporcionan ambiente, lo que aumenta la tensión y la extravagancia de estos cuerpos orgánicos.

 

El otro conjunto de esculturas, compuesto por elementos delgados, largos y tubulares, es un circuito que refleja la disposición modular de los nidos de avispas, recreando una agencia híbrida entre lo orgánico y lo artificial, además de existir como un remanente de un sistema pasado o elemento de una infraestructura futura. En el piso superior, el piso de cemento está cubierto con una capa de caucho negro que es suave para caminar, lo que subraya nuestra constitución física. La sala está poblada por unos 50 elementos cuyas superficies brillantes contrastan con el piso mate. Bajo una luz ultravioleta, las formas oblicuas se revelan como piezas de calzado que fueron manipuladas de diferentes maneras, algunas dobladas y quemadas, y luego recubiertas con capas de silicona y espirulina, un tipo de alga marina. Al igual que en el circuito de la planta baja, el carácter ambiguo de estas esculturas de zapatos se extiende entre las reliquias de un tiempo pasado, residuo de un desastre que alteró por completo su apariencia y consistencia, y las notas de un tiempo aún por venir, conservadas como caparazones o conchas, una forma para que los nuevos seres en desarrollo se protejan a sí mismos mediante la contracción y la expansión. Destacando este tipo de superposición conceptual que subyace a la exposición, otras tres esculturas construidas con piezas obsoletas de maquinaria agrícola y unidas a enormes tanques emiten una nube constante de vapor de agua que se cierne sobre ellas. Las tuberías que sobresalen de las esculturas se extienden por el suelo.

 

La acción concreta y etérea del conjunto de aspersores hace eco de la nube de información que nos rodea, indicando su ubicuidad y su existencia como un biotipo bajo reconfiguración permanente, ambas características centrales de los sistemas de inteligencia artificial que regulan nuestro día a día. . La combinación de elementos en este piso evoca la imagen de una fábrica disfuncional, sugiriendo referencias superpuestas que incluyen una línea de ensamblaje industrial o un invernadero. La necesaria presencia de humanos para activar las esculturas de zapatos y las máquinas agrícolas pone de relieve su ausencia actual. Por lo tanto, estos dos conjuntos de esculturas demuestran ser índices de la transición en curso desde una tipología de trabajo dependiente de la fuerza motriz mecánica a una modalidad que se centra en la inmaterialidad de la actividad intelectual que define la era digital. El piso recubierto de goma regresa como una aparición, recordándonos nuestra condición corporal que está constantemente opacada por el régimen operacional y de representación proveniente de Silicon Valley. Más que expandir la ausencia de seres humanos, esta relación discordante entre lo corpóreo y lo inmaterial de las coreografías de exhibición incorpora a los visitantes en su campo físico y simbólico, borrando la distinción entre lo que se representa y lo que se experimenta.”
João Laia