La invención del accidente

Juan Caicedo, Colombia.

 

MAMM (Museo de Arte Moderno de Medellín), Colombia – 2018.
Fotos cortesía del artista.
Texto: Víctor Albarracín Llanos

 

 

Sabía de antemano que estaba diseñando  los elementos de mi propio choque. – J.G. Ballard, Crash

 

 

Los distintos momentos y las formas en que esas aproximaciones a la colisión se dan en esta exhibición, nos revelan geografías particulares de latas retorcidas, reconstrucciones de vehículos armados con las partes de otros accidentados y discrepancias escultóricas entre el carro nuevo y el abollado. En la invención del accidente, Caicedo no nos trae la ruina pura, la constatación de un evento fortuito. Su trabajo, más bien, actualiza las formas de un desastre, de un pensamiento del desastre que siempre viene, que ya vino y que está por venir, preñado de luz.

 

De cierto modo, Caicedo coquetea con esa famosa filosofía del martillo, en la que Nietzsche pugnaba por la definitiva superación de la herencia y de la historia para abrir espacio a algo nuevo. Sin embargo, lo que Caicedo busca no es la destrucción de un legado per se, ni el advenimiento de algo mejor e indestructible, sino la posibilidad de acceder a estados de la materia y del pensamiento que solo emergen en la cohabitación con la ruina, en la evidencia de que no hay superación, ni sanación, ni contradicción entre el objeto funcional y el objeto desmantelado, pues ambos son solo momentos de un proceso material de comprensión del mundo. Para Caicedo, el martillo es simultáneamente capaz de la estatua de mármol y de la destrucción rabiosa de esa parte del mundo que, cuidada en el museo, puede ya existir sin temor ni vergüenza en un limbo perpetuo y carente de juicio, ante la mirada perpleja de un público que siempre llega demasiado tarde o demasiado temprano a contemplar la destrucción del mundo y la creación del arte.

 

El desastre, la catástrofe y el estrellón constituyen formas de relación que “emergen cuando el organismo se choca con el mundo en un ponerse de acuerdo productivo con el mismo”, según nos dice Kurt Goldstein, para concluir que “el estrellón, por así decirlo, es solo la fuente de la sacudida de la que emerge el nuevo patrón, la verdadera performancia, la revelación del organismo y del mundo”, un mundo contra el que Caicedo siempre nos invita a estrellarnos, pues el impacto esculpe, dando forma a lo que seremos y, mejor aún, reclamándonos el no habernos chocado aún, el estar intactos, el no haber sido deformados ni reformados por esos golpes que no nos han correspondido aunque proliferan en uno y otro lugar, allí donde algo se inventa, allí donde unos cuerpos se juntan, allá donde otros avanzan rápido y sin pensar, pues pensar el golpe solo es posible en la experiencia del golpearnos y no en la de contemplar la grieta, la herida o la chatarra. Hemos inventado el accidente para reinventarnos a nosotros mismos, pero seguimos ilesos en un mundo que es pura colisión.