El Teatro de la Victoria

Pilar Quinteros, Chile.

Valparaíso, Chile 2017.
Fotos, cortesía de la artista.

Texto por Rodolfo Andaur:

“Escultura deslocalizada”

La cultura contemporánea fatigada de tanto consumo establece, entre tantas otras cosas, ‘paradigmas culturales’ que influyen y desbordan los límites de cómo hoy podríamos comprender, por ejemplo, una escultura en el espacio público. Ante esta reflexión entendemos que la escultura es un objeto deslocalizado y sometido, por nuestros propios juicios, a renovadas tensiones formales y conceptuales. De ahí que aparecen entre mis pensamientos algunas crónicas que el acto de erigir una escultura pasa a formar parte de una confluencia de ideas preconcebidas a su esqueleto y contenido. Además podríamos citar algunos juicios que han expuesto el trabajo escultórico dentro de un espacio sitiado por las espectacularidades de una convencional exhibición.

 

Algunas de las reflexiones anteriores marcan, en parte, las instalaciones de la artista visual chilena Pilar Quinteros. Sus propuestas yacen dentro de un contexto que ha explayado la estética de la decadencia de ciertos elementos afectados formal y metafóricamente por el insospechado auge económico que rige a Chile. Al mismo tiempo, a través de este enfoque, apreciamos una serie de ribetes que han engendrado una estridente crisis social que ha deshumanizado la dialéctica con la que son visibilizados los espacios públicos. Hoy todos están controlados, cerrados y colapsados con objetos que obstaculizan la panorámica, por lo que legitimar el espacio público interroga esas (in)visible(s) relación(es) entre escultura y su sitial.

 

Frente a estas lógicas que plantean una investigación de campo, Quinteros pensó que un espacio para fomentar estos cuestionamientos debía ocurrir en una ciudad como Valparaíso, que en la actualidad conserva y mantiene en ruina un peculiar espacio público, por lo que al traducir el devenir de este espacio urbano, era un imperativo crear paralelos con otros lugares donde ocurren situaciones similares. Es el caso del proyecto El Chemamull caído en Talca (2015), una obra que estaba exhibida en el marco de la exposición #DepresionesIntermedias en el Parque Cultural de Valparaíso.

 

El Chemamull caído en Talca hacía referencia a la destrucción por un desconocido de uno de los cuatro tótem mapuches del Parque Estero Piduco en la ciudad sureña de Talca. Este era uno de los tótem construidos por el lonco Robinson Cariman y estaba enclavado en un lugar que ha sido utilizado para organizar diferentes festividades indígenas. Los tótem de este parque, particularmente, representan la fuerza y la sabiduría de la etnia mapuche. Sin embargo, el tótem destruido jamás volvió a ser restaurado ni mucho menos colocado en su lugar original. Paradójicamente algo similar ocurrió en el Parque Cultural de Valparaíso. Esta obra fue parcialmente destruida por un temporal de lluvia y viento. La destrucción de la pieza es una situación que resulta cruel e irónica para el trabajo de Quinteros que reafirma una ruptura espacial que progresivamente nos interioriza en las intensas desigualdades culturales que existen aún en este país.

 

Dos años más tarde, en enero del 2017 dentro de la programación del FAV (Festival de las Artes de Valparaíso) la artista trabajó en el proyecto El teatro de la victoria que fue una intervención y performance que la artista realizó en las cercanías de la plaza de la Victoria en Valparaíso. Esta plaza sirvió para trasladar, desde su residencia en Casaplan, un par de piezas realizadas en mica metálica, un trabajo que es el resultado de la traducción en volumen de los registros fotográficos del icónico teatro porteño “El Teatro de la Victoria”.

 

Las piezas para esta performance fueron estructuradas en bloques de tres metros de alto por cuatro de ancho. Todo el material fue montado en uno de los costados de la plaza de la Victoria justo frente a uno de los típicos espacios derruidos que conserva la ciudad y que actualmente funciona como un estacionamiento de autos. Desde esta locación la artista intentó que el modelo que construyó se mantenga en pie como una analogía sobre el ocaso del patrimonio arquitectónico de Valparaíso.

 

A través de estas propuestas en una misma ciudad la artista nos revela un sentido agudo, desordenado y fulguroso que posee la escultura como tal. Entonces ella designa el espacio público como un espacio no sitiado y sin prejuicios. No obstante ella re-plantea ciertas sensibilidades que recoge a partir de los espacios con los cuales se enfrenta. Como ya lo hemos leído, ella involucra hitos y costumbres a través de un proceso que diluye fronteras y normas que aparecen entre otras disciplinas que le causan interés como la arquitectura, el urbanismo y el paisaje; y desde donde trata de interpretar y dar respuestas a problemas y necesidades que van más allá de lo qué es crear e instalar una obra.

 

No hay duda alguna que el acto que ella produce también participa del debate político y social que encarna el trabajo artístico en el espacio público, así como también revierte los dilemas que hemos podido observar en los sistemas de control público que han sido impuestos dentro de la industria de la producción simbólica y, por cierto, de circulación de los procesos de representación dentro de la cultura visual.

 

En síntesis, el carácter artístico de Quinteros está marcado por la osadía con la que instala sus objetos por doquier. Para ella cada instante va creando una crítica explícita al espacio desde un comportamiento artístico que en la actualidad no es frecuente. Simplemente al instaurar una articulación de diversos esquemas de trabajo que utilizan madera, cartones y otros materiales ella fricciona sus formas, texturas y ángulos para acercar un espacio crítico a quienes la observan e interrogan el actuar de su trabajo como artista visual.

 

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