¿Qué piensa de mí aquello que observo?

Santiago Díaz Escamilla, Colombia.

 

Galería 12:00 – Bogotá, Colombia – 2017.

 

El artista contemporáneo colombiano, Santiago Díaz Escamilla, desarrolla en la exposición “¿Qué piensa de mí aquello que observo? “ un acercamiento  del entendimiento del planeta tierra como un sistema de temporalidades interconectadas.

 
Desde el dibujo, el videoarte y la instalación, el artista aborda el tema desde dos perpectivas, las cuales se relacionan y complementa al interrogante central, el título de la exposición. La misma se despliega en dos ejes:  el primero de ellos corresponde a una aproximación física y anatómica, que va de la mano del dibujo y toma como punto de partida el diagrama de la disección de una montaña, encontrado en el texto Mundus Subterraneus (1665) de Atanasio Kircher, en el cual se plantea el estudio de la tierra como un organismo. El segundo eje, asume el video como un medio que le permite al artista materializar el tiempo y a través del cual presenta la dislocación del eje visual de la mirada humana al horizonte.

 

 

Al descomponer la imagen de un territorio en tres partes, Díaz Escamilla plantea una confluencia de temporalidades, un cuerpo complejo de relaciones que se entretejen continuamente y refuerzan una intención de deconstrucción que se vuelve latente a lo largo de procesos de síntesis, reducción y separación por capas presentados presentan a lo largo de la muestra.

 

 

Texto de Ricardo Toledo Castellanos:

 

 

Distintas ciencias han construido sus principios desde la búsqueda de la verdad secreta alojada en el fondo constituyente de la materia. A su vez numerosas doctrinas han ostentado ser custodias de las claves de dicha verdad o las señales del camino a su esencia. Los pueblos nahuas se representaron la tierra como Tlalticpac, una de las tres partes en que fue cortada por los dioses hermanos Tezcatlipoca y Quetzalcóatl la serpiente primigenia Cipactli, sobre cuyo lomo crecían vegetales preciosos para la vida humana, como el maíz, y cuyas fauces abiertas se disponían a recibir o devorar las vidas que le fueran ofrecidas. Las fauces abiertas de Cipactli logran simbolizar el apetito primordial con que la tierra busca devolver a su fondo todo el material arrancado para edificar la vida humana. Por otra parte, la tradición hermética de Occidente buscó en la figura simbólica de Sophía —la parte femenina de Dios— aquello que, desde el primer instante de la creación, quedó escondido en el fondo de la materia, el principio de constitución, diferenciación y persistencia de las sustancias.

 

Como aparece en la muestra de Santiago Díaz Escamilla, preguntar “¿Qué piensa de mí aquello que observo?” recobra la vigencia de tradiciones que han afrontado la posición contradictoria de escrutadores del secreto por medio de saberes misteriosos. El conjunto del trabajo que presenta el artista hace especial relieve en dos claves de sentido para provocar a la materia a mostrar sus secretos: la primera es el esfuerzo de imaginación que presenta el diagrama de la disección de una montaña, encontrado en el texto Mundus Subterraneus (1665) de Anastasio Kircher, en el cual se aborda el estudio del planeta tierra como un organismo, y la segunda es la dislocación del eje visual de la mirada humana al horizonte.

En vez de forzar alguna interpretación, el camino seguido para indagar el primer síntoma ha consistido en descomponer la figura en capas, bordes y componentes, sustrayéndole aptitud representativa al grado de anular su carácter de imagen. De este proceder resulta señalado el límite de la positividad que la Modernidad legó a los tiempos subsiguientes: la pretensión de seguir procesos de representación de lo existente para conquistar el mundo como imagen. Para Martin Heidegger, por el camino de la ciencia el hombre tomó consciencia de su propia condición: al hacer preguntas al mundo se preguntaba sobre sí mismo, convirtiéndose en la referencia de todo lo existente. Por medio de sus representaciones el hombre moderno se configuró como un ojo representador de los hechos pero no de los fundamentos que los dominan, de ahí derivó el carácter metafísico de su experiencia ([1938] 2005). En este borde la ciencia debió ceder paso al arte.

 

En su límite de sentido, el ojo representador perdió su preponderancia como referencia de lo existente. La experiencia de encuentro que abre, a partir de este límite, el arte, sobre todo el arte contemporáneo, aparece en la exposición en el segundo síntoma, la dislocación del eje visual de la mirada humana al proyectar un horizonte vertical. Se trata aquí de la pérdida del referente organizador humanista de la materia. Dijo Heidegger que en una obra de arte acontece la desocultación del problema de la verdad, al problematizar y suscitar la instalación de la oposición entre un mundo —cuyo sentido se desoculta— y la tierra —cuyo misterio se oculta, o mejor, muestra su carácter oculto—. Al existente se le desoculta el mundo en el que él está, ocupado y familiar pero se le hace patente cierta ocultación acogedora de la tierra. El mundo se funda en la tierra y la tierra irrumpe en el mundo, así, establecer un mundo y hacer la tierra son los rasgos esenciales de la producción de una obra ([1935-6] 2005). La obra de Santiago Díaz Escamilla nos recuerda la originaria condición del arte, al instigar la lucha, pelear en los bordes del arte la lucha entre mundo y tierra.

Obsesivamente, las figuras, piezas matéricas y producciones espaciales de la muestra artística persiguen y acosan a la imaginación señalándole su límite. El límite señalado despliega la experiencia contradictoria del fulgor profano de la mirada que ha pasado suficientemente cerca del secreto como para señalar su existencia y, sin tocarlo, trae a presencia las huellas de su fugaz paso por la inteligencia.