¿Qué es el arte?

Federico Roldan Vukonich, Argentina.

 

Fundación El Mirador, Buenos Aires, Argentina – 2018.
Fotos: Catalina Romero.

 

La exposición funcionó como un Pop Up, abierto al público sólo el día de la inauguración y luego fue destruida por completo. El artista ocupó el espacio con instalaciones realizadas in situ. En el primer piso cincuenta velas prendidas acompañan a un gran atrapa sueños dispuesto a modo de entrada o pasaje. Descendiendo al subsuelo, un paisaje ritualista compuesto de ramas, hojas, huesos, agua y restos extraídos del río funcionan como escenario para bailes frenéticos y pasos desacatados.

 

Texto post muestra:

 

Nos acercamos con unos amigos, a uno lo conocía bien, al otro no tanto, veníamos del vértigo que había suscitado la inauguración anterior. Un edificio nuevo, una multitud de gente. La crème de la crème del mundo del arte allí reunida, y para cerrar un tropiezo por las escaleras que por poco me deja en el suelo. Con esa suerte de adrenalina, que hace las veces de las burbujas del champagne, llegamos.

 

En aquella esquina había algo de gente reunida. Amigos charlaban sobre todo lo que parece importante y nada más. Algunos saludos, sonrisas y una bienvenida. Cuando entré aquellos con los cuales había llegado ya no estaban, pero había algo mejor. El escenario se abría en tres ejes, de derecha a izquierda: una barra, un atrapasueños gigante, y unas velas. Tres elementos importantes para una iniciación, para un rito de pasaje. Le pedí a la bartender un trago, pero aún los estaba preparando, observé las velas consumiéndose en un plato y por último, aquel agujero que me llamaba a penetrarlo. ¡Dos minutos y te lo doy!, me dijo ansiosa mientras acomodaba los vasos y los líquidos de colores. De inmediato me dirigí al interior de un sueño.

 

Pasé por el agujero y descendí. Primero corrí la cortina para pasar, cuando mi mano dejó de acariciarla, la luz se esfumó. Bajé aquellas escaleras con intriga, no veía nada. Las luces de colores iluminaban algo final y una música como de bailanta parecía hacer latir las paredes. Entonces, ya no estaba en la galería, sino en otro lugar, uno recóndito que no conocía. Y que quizás, hasta ese momento jamás había existido. En aquel lugar había un clima de río: hojas, pasto, palmeras, huesos, unas latas que descendían en espiral. Allí mis amigos ya no parecían ellos mismos, sino otros, que atrapados por la magia de un ritual bailaban frenéticamente. Yo quería bailar con ellos, vibrar entre sus cuerpos.

 

En ese instante, subí para buscar la bebida prometida. Tomé con ansiedad una de naranja, la acidez y la dulzura de la fruta se mezclaron con la alegría de la danza. Reímos eternamente, como ensimismados, como en un acto común. Hasta que se hizo tarde y ya nadie quedaba, sólo dos personas más y yo. Por lo tanto, subimos, observé la alegría de todos e imaginé lo que habíamos vivido como un regalo.