Formas de habitar

Nani Cárdenas y Micaela Aljovín, Perú.

Galería Forum, Lima, Perú – 2021
Curaduría: Luisa Fernanda Lindo
Fotos: Juan Pablo Murrugarra

Texto de Luisa Fernanda Lindo:

La casa deja de ser un concepto. Hay que habitarla de la manera que sea posible, conviviendo las 24 horas del día con todos los seres que esta aloja. Si no existe hay que construirla —aunque sea precariamente— para poder sobrevivir. Las labores se suspenden días, semanas, meses. El miedo paraliza. Se inventan rituales con el propósito de continuar. Hay quienes se obligan a adquirir nuevas prácticas y rutinas. Algunas personas aprenden a hacer pan, otras —con suerte— a comer una vez al día. La cuarentena es obligatoria para todos, pero no todos tienen las mismas obligaciones. La desigualdad es protagonista de esta pandemia.

Cuando en febrero del 2020 Nani Cárdenas y Micaela Aljovín me invitaron a curar la muestra bipersonal de Andamio, ambas estaban deseosas por abordar el concepto ‘casa’. Nadie imaginó que un mes después la OMS declararía la pandemia por el covid-19 y el Perú se declararía en estado de emergencia nacional y aislamiento social obligatorio. La incertidumbre se alojó en todos los rincones. Los intereses de las artistas mutaron de acuerdo a las necesidades y pulsiones que surgieron en el encierro, en el reencuentro tanto con el espacio como consigo mismas. Había más preguntas que respuestas, las sigue habiendo.

Formas de habitar es el resultado del ejercicio de diálogo e intercambio que durante meses nos propusimos realizar con el objetivo de responder algunas de las tantas preguntas que surgieron en el camino. Las posibles respuestas cobraron materialidad en manos de las artistas.
Nani Cárdenas presenta una variedad de capas de piel que —a manera de símbolos— se tornan excusas para iniciar una diatriba de las necesidades, los miedos, el vacío y la posibilidad. La artista se vale de la pintura y la escultura para tejer piezas que emulan portales que remiten a la casa. En este juego de la representación establece una serie de códigos dados por formas y colores con los cuales sugiere al visitante reconocer puertas, ventanas y cuerpos, que penden flotantes en el espacio de la galería.

La reproducción en serie de estos elementos evoca una vuelta al origen —aunque el original sea inexistente— en el afán de (re)encontrarse con lo primitivo que anida dentro de uno mismo y que se proyecta en el afuera. Cárdenas los denominará: “Puertas”, “Ventanas” y “Yesos”. El resultado será un despliegue de puertas encendidas que se abren y se cierran; ventanas oscuras que se proyectan al infinito; y cuerpos en movimiento. Siendo el yeso uno de los materiales primarios para la escultura —en tanto remite a la antigüedad— y con el cual se crea moldes o piezas a través de la técnica del vaciado, no es casual que la artista dote con este nombre a lo que concibe como cuerpo. Así, expone tres piezas tejidas en las que la rafia blanca forma una trama con la urdimbre compuesta por hilos de cobre y bronce, y en las que la rafia negra se inmiscuye —a manera de subtextos, hasta ocupar ciertas zonas que, incluso, podrían insinuar la forma humana—.

A través del tejido con rafia, cobre y bronce, Nani Cárdenas procura sumergir al espectador en la intensidad del color (rojo, negro y blanco) y en el trazo primigenio que se anuda en el afán de ser cuerpo, masa, profundidad. El tejido —como piel— expone zonas donde los materiales se contraen y se distienden, permitiendo que la luz atraviese los espacios porosos. Así, las sombras de los cuerpos escultóricos dispuestos en series se proyectan en el espacio expositivo recordando que se es luz y oscuridad.
Entablando diálogo con la reproducción, Micaela Aljovín presenta una pieza matriz —en forma de andamio— que será la base para la construcción de un discurso que revela la fragilidad y pone en crisis lo aparentemente sólido. En una puesta en escena que rememora los módulos con que se jugaba en la infancia, cinco columnas dispuestas simétricamente en el espacio expositivo simulan emerger desde el suelo atravesando el techo. Su apariencia genera la ilusión óptica de ser estructuras seguras y resistentes, que soportan tanto la galería como el edificio que se erige por encima de esta. Sin embargo, el volumen, consistencia y flexibilidad del material que compone cada una de las piezas que se engastan para levantar las columnas evidencia su fragilidad, exponiendo el artificio y la posibilidad de fractura.

Contemplando estas probables fisuras, Aljovín se propone estudiar el objeto desde todos sus ángulos en búsqueda de certezas. Sin perder su carácter lúdico, se vale de un módulo —que no es otro que la reproducción de la pieza matriz a escala menor— para registrar la proyección de su sombra en movimiento. El resultado es una serie de 30 serigrafías que exponen, por un lado, la imposibilidad de construir una estructura superior desde el individualismo; y por otro, cómo un movimiento —por más simple que parezca— puede cambiar la perspectiva tanto del objeto como de quien lo observa. Por ello, la disposición lineal de la serie serigráfica en la pared demanda, a su vez, el desplazamiento del espectador como metáfora de la construcción del espacio.

Finalmente, la artista dispone una mesa donde presenta 18 módulos para ser manipulados por el público, con el único fin de que el juego les permita imaginar y construir diversas formas. Así, “Columnas”, “Módulos” y “Sombras” configuran un manifiesto, a través del cual Micaela Aljovín cuestiona no solo las estructuras heredadas, aprendidas, adquiridas y/o impuestas a lo largo de los años, sino las posibilidades de generar vínculos.

La repetición constante en ambas propuestas conduce a pensar en el simulacro, como una necesidad de reafirmar el cuerpo-obra-de-arte que habita el espacio expositivo: esto es un cuerpo y ocupa un lugar en el espacio. A su vez, el simulacro conduce a pensar en lo símil, dado que los objetos expuestos aparentan ser algo que no necesariamente son, pero que por sus formas se vuelven reconocibles ante la mirada del espectador. Así, el mecanismo de simulación termina por configurar el punto de encuentro de las propuestas de Nani Cárdenas y Micaela Aljovín. Mientras una reproduce portales que remiten a la casa —en el intento de construir memoria e identidad—, la otra reproduce piezas en serie que evidencian las dificultades que enfrenta la sociedad para construir un proyecto colectivo dada la fragilidad de las estructuras que la sostienen.

Formas de habitar abre una serie de reflexiones en torno a la memoria, la identidad, los espacios ocupados, las estructuras que nos sostienen, así como la posibilidad de construir un proyecto en común; sea una casa, sea un país. De esta manera, acerca dos miradas contrapuestas y complementarias que sugieren ver a través de, intuir entre sombras preguntas o respuestas, acaso un camino, un nuevo espacio o formas de habitar.